Figura de arena

20 oct 2018 / 11:24 H.

Solo, sentado o de pie, quieto frente a la orilla, me veo como una figura de arena, absorto miro el mar con mirada perdida. Paseo por la playa y solo presto atención al sonido del mar. Nada perturba mi paz, ni el graznido de la gaviota. Sé que necesito el paisaje que me deleita, hay algo en él que hace que lo venere, igual que a esa nube traviesa que se diluye en mis pensamientos. Me he creído con el derecho a sentarme en la orilla y escuchar el murmullo de las caracolas. Solitario como una gaviota solitaria, sucumbo a la fuerza arrebatadora del mar; espero la señal delatora, el deambular de olas centelleantes que son heraldo de malas y buenas noticias, las mismas que me descubren parte de esa intimidad inédita que rompe sobre la playa; espero a ese fenómeno de la Naturaleza que viene a morir con su espuma a mis pies.

Cada día camino por la arena, camino y me paro y me convierto sin más en una figura de arena que, concentrada, difumina el fondo negro de todas las perspectivas, aviva el esplendor dorado de mis esperanzas y me desvela esa clave última, que lo mismo que me serena me inquieta, como cuando pienso que mis asuntos van por un lado y las cosas del mundo por otro, siento que andan perdidas en el rompeolas que me agita por dentro. El mar no me echa de su lado como el amigo despechado que no entiende de melancólicas sombras crepusculares sobre la inmensidad de una superficie que es sendero de vida, que reconforta y nos distancia de las encrucijadas de la soledad y de las aflicciones que desbordan el ánimo. Al lado del mar, la vida marcha bien; imperturbable, establezco una relación mucho más sana con él que con esa persona que relata tus defectos y no reconoce las virtudes de la armoniosa fusión de tonalidades caprichosas que cambian mi absorto pensamiento. Me siento seguro, relajado, libre de cargas, el mar saca a relucir mi mejor cara, conecto con él y nada de su grandeza me pasa desapercibida, lo admiro como se admiran las cosas que nos hacen sentir lo bello y bueno de la vida. Evidencio mi respeto por la cualidad natural que me hace apreciarlo. “La figura de arena” se mueve, camina para pensar, para experimentar el “ser” revestido de autenticidad. La bruma la atraviesa, respira profundamente igual que cuando se aleja de la ciudad para llevar a su “ser” al lugar desde el que camina mentalmente por donde quiere, es su naturaleza humana la que la conduce paso a paso a unas reflexiones profundas que la distancian del espectáculo urbano.

Vuelca la mirada sobre sí misma y se rebela ante determinadas prácticas sociales, a las que ofrece, en compañía del mar, toda la resistencia que puede. Proseguirá su caminata por la arena, mientras la arena y el mar no varíen su perspectiva y le sigan proponiendo la visión singular de esa figura de arena que contribuye a fijar una historia de vínculos perdurables entre el “ser” y el mar, y antes de que asome el resplandor púrpura del ocaso. Si pretenden entender la relación entre el “ser” y la extraña combinación de matices claros y oscuros de la efigie, es imprescindible que, para transformarse en figuras de arena, contemplen el mar sin ideas preconcebidas. Les proporcionará un inmenso placer cuando obtengan de su interior aspectos que les permita la audacia de no desmoronarse grano a grano y no caer en olvidos imperdonables.