Expoliva: pulso de Jaén

15 may 2017 / 10:26 H.

Supongamos que alguien para quien la provincia de Jaén resulte una absoluta desconocida, se ve obligado a conocer de un golpe de vista, como a vuelo de pájaro, lo que da de sí nuestro territorio. Da igual si la causa es sentimental o de negocios, el caso es que en dos o tres días ha de quedarse con la copla y, por añadidura, acertar en la decisión. Hay alguien muy importante para su vida (el jefe de la empresa, el flechazo más profundo jamás recibido...) que espera al diagnóstico para tomar una decisión. Y en el envite les va la vida: al visitante apresurado, y a quien aguarda lejos, muy lejos, la primera impresión. Pues en tal caso, un tanto artificioso y extremo pero quizás útil, está claro cuándo debe visitarnos el “marciano” que planteo como arranque de esta columna. Debe acudir a Expoliva. Tiene que aguardar hasta que llegue esa primavera alterna, cuando Jaén vive el mayor acontecimiento social, económico y comercial que registra nuestra pequeña historia.

Jaén apenas existe fuera de Jaén. Importamos poco, escribí desde estas páginas semanas atrás. Importamos poco a casi todos. Excepto cuando hablamos del aceite y sus derivados. Ahí sí que se nos escucha... no les queda otra. A nivel mundial, seamos realistas, Jaén ocupa primer plano de actualidad una vez cada dos años, coincidiendo con la celebración de esta imponente Feria Internacional en torno al Aceite de Oliva. Y cuando se apagan las luces en la noche del sábado... a esperar otros dos años. Es Expoliva quien pone el nombre de Jaén en la geografía mundial. Porque, desde el punto de vista de la presencia mediática, somos eso, aceite y nada más. Expoliva, en cierto modo, monopoliza la capacidad de esta tierra para atraer los focos hacia nosotros. Como si los dos años que transcurren entre feria y feria tuviéramos que inventarnos una vida sin apenas pulso. Como si a fines de mayo entrásemos en un letargo dulce, preñado de sueños imposibles, pequeñas miserias y aburrimiento existencial. ¡Qué pocas cosas suceden entre una edición de Expoliva y la siguiente! Ocurre algo semejante a lo que me cuentan mis amigos de Baeza: Acabada la Semana Santa, al día siguiente, les esperan doce meses para organizar la siguiente, más baesanal y esplendorosa que la presente.

Así pues, este lunes de “resaca” del magno acontecimiento ferial, nos esperan cien largas semanas hasta que vuelva el bullicio, el desbordamiento, la alegría económica y la expectación que únicamente es capaz de suscitar Expoliva. Y es algo tan real como que un servidor no vive del olivar: Mis cien plantones acaban por costarme los dineros casi todos los años. Queda claro que el negocio del aceite no es lo mío, pero no sabría vivir ni respirar si a través de mis ventanales no apareciesen cada mañana, inmutables y perezosos, cientos de miles de olivos.

El viajero apresurado al que aludía al principio, se llevó ayer domingo, al partir de esta tierra, un diagnóstico complejo y exacto de lo que significa Jaén. Se lleva el pulso de lo bueno y lo malo de nosotros, del orgullo y el sometimiento, de la dependencia que en nuestra cultura significan el olivar y su galaxia agrisada y problemática. Aquí todo se arregla con la lluvia, todo se nos viene abajo con cada sequía de primavera. Aunque algo de eso está cambiando, a mi humilde parecer. Mi visita a la XVIII edición me deja una impresión en extremo positiva, si la comparo con las ediciones de hace seis u ocho años. Como si ahora, de verdad, el mundo de nuestros aceites hubiese franqueado la frontera del nuevo milenio. Años atrás había que “estirar” el chicle de los expositores para cubrir el solar disponible. En 2017 están a punto de reventar las costuras del recinto. Debían echar una pensada, larga y decidida, los responsables del evento. Porque en Jaén la política más importante es la que linda con el sector olivarero. Y las inversiones públicas en este campo siempre son rentables, véase el despegue creciente del óleoturismo. Y es que con cada Expoliva a nuestra tierra, la pobre, se le aceleran los pulsos.