Etnosur, dos décadas

20 jul 2017 / 11:14 H.

Ahora que están desmantelando el modelo público y quedan pocas políticas que lo sustenten, lo defiendan o apuesten por él, hay que mirar al sur, en concreto a esta entrañable comarca de la Sierra Sur, para recordar lo que convoca este Festival, un lugar de encuentro como pocos, un escenario para la tolerancia y una llamada a esa utopía —aunque haya que encontrarla debajo de las piedras, aunque haya que reinventarla a diario— que promete y anuncia que otro mundo es posible a pesar de los pesares, en contra de los poderosos y los facinerosos, peleando contra las distopías y la desilusión, luchando por lo que de verdad merece la pena. Como cada tercer fin de semana de julio desde hace dos décadas, el Festival Etnosur plantea una cita ineludible en Andalucía y España, invitando a lo mejor de lo mejor año tras año (ahí queda una lista mítica de personalidades que han desfilado por sus escenarios), y ya van veinte, de manera interdisciplinar, y por supuesto gratuito. ¿Qué significa esto de “gratuito”? Acostumbrados como estamos a que lo gratis sea de baja calidad, muy al contrario, aquí encontramos una programación de lujo y una realización esmerada, para que más de 40.000 personas disfruten de mil y una atracciones en un ambiente idílico, amistoso, cordial y enriquecedor. No solo es música ni mucho menos se trata de ir a beber botellones en plan salvaje —hay opciones, claro—, sino de un espacio de encuentro al calor de una amplia oferta lúdica en la que deambulan intérpretes estelares y grupos consagrados que preparan su actuación durante todo el año para grabar un concierto único y especial, los talleres, el foro, los narradores, el cine y los documentales, la gastronomía, el zoco, el circo, el agua, la convivencia... no sé cuántas cosas más y, no podía ser menos, la poesía y la magia de estar vivos, reunirnos y vibrar en torno a la noche y la luna, en una ciudad emblemática, histórica y atractiva como Alcalá la Real, antigua Alcalá de Abén Zayde, tierra natal del Arcipreste de Hita, coronada por su colosal Fortaleza de la Mota.

Así que hay que celebrar dos décadas de un Festival que no es solo una institución de la provincia de Jaén, sino sobre todo un referente nacional para emprender modelos de convivencia públicos y espacios donde se fomente la creatividad y la solidaridad frente al inmovilismo localista y chauvinista, el catetismo imperante, la maldita ambición de los que están más pendientes de su futuro privado que de lo que encarna la responsabilidad colectiva contraída en las urnas. Eso es lo que les duele a muchos, precisamente eso, pues el Etnosur representa una serie de símbolos que a la derecha no le gusta nada, una mirada desde el respeto al otro y a la diversidad, una postura que reconoce y expresa que en el fondo y en la forma somos distintos y no tenemos que avergonzarnos por lo que somos, que debemos proteger precisamente lo que nos singulariza. La contracultura se vuelve mayor aquí, y adquiere entidad. Las catacumbas emergen para hacerse visibles. Las propuestas más variopintas y divertidas nos descubren que el diálogo consiste en escuchar, dejarse llevar, borrar los prejuicios. Abrirse. El Etnosur potencia una sociedad plural y abierta, dialogante y democrática, y es la semilla de una sociedad mejor. Veinte años, por tanto. Casi nada... Que vengan otros veinte, y que yo los vea.