Esperpentos idiomáticos

16 feb 2018 / 09:25 H.

Sin intención alguna de molestar a nuestra dilecta clase política que tantas alegrías y buena gobernanza nos depara, quiero dedicar mi crónica de hoy a un tema que mantiene preocupadas y más que preocupados a nuestras eximias diputadas jóvenas e insignes diputados jóvenes. Enternece el corazón a la par que afloja la tripa ver cómo sus señorías miembras y sus miembros señoríos se encelan en banalidades semánticas y extreman el celo retorciendo el idioma para hacer cumplir a rajatabla las normas del lenguaje o lengua paritaria de tal modo que todos los mortales y todas las imposibles mortalas cumplan con las reglas de moda en clave no sexista, reglas cuyo uso pronto harán ley a la que nos obligarán los tales gaznápiros y gaznápiras con ahínco digno de mejor causa.

Diputadas pasadas, ministras ausentes y demás portavoces presentes y portavozas futuras, todos ellos y ellas cargos y cargas públicos y públicas que nos representan tienen como labor principal dar patadas y alguna que otra coz al diccionario en cada ocasión que se aproximan a una cámara con breva.

No cabe ninguna duda a nadie ni a nadia aunque yo tengo dudas de que esta extraña jerigonza, que tanto interesa y tanta atención merece a los políticos y políticas ya que a su parecer es herramienta fundamental para lograr la paridad entre los géneros masculino y femenino, merezca la pena e interese al género común de los mortales e inmortalas como no sea para hacer chistes malos y causar risa insana a la población general y al pueblo y la puebla en particular.

Con la sana intención de ayudarles y ayudarlas a normalizar las reglas más sencillas para la supresión de los detestados géneros común y epiceno, objetivo básico de la nueva gramática paritaria, lograr su pronta divulgación y mejorarla en la medida de lo posible sería necesaria una normativa de obligada observancia. Como muestra de la universalidad de tales reglas aplicadas a la gastronomía, por poner un ejemplo, se podría exigir que en una taberna o restauranta en vez de pedir conejo frito con ajos sea obligatoria la locución coneja frita con ajada, la cual define de forma definitiva, mucho más apropiada y paritaria, idéntica comida, y así todos los estultos y todas las estultas portavozas quedaran contentos y contentas, aunque las conejas no sean del gusto común y algunos y algunas gusten mucho más del conejo que de la coneja pero eso son cosas propias de gente machista, y la misma regla sería aplicable a los higos y las higas aunque no es igual comerlos que hacerlas, y qué decir de las brevas, palabra paritaria donde las haya. Y así podríamos seguir pelando la pava, desplumando el pollo de Morón, la polla de agua y mareando la perdiz o perdiza. Podríamos continuar retorciendo el lenguaje, devanándonos los pocos sesos o sesas que nos quedan para inventar nuevas y extrañas palabrejas que suenen femeninas o al menos no xesadas con lo cual algunas esperpentas y algún que otro esperpento que pretenden representarnos, se sientan más cómodas y cómodos e incluso mejor integrados en la lucha por la igualdad de género, hecho que merece el mayor de los respetos, y que quizás menoscaban con ese afán de pervertir aquello que a todos nos iguala, la lengua que hablamos.

Y sería muy conveniente que entre todos tuviéramos el buen sentido de cuidar la herencia común que es nuestra forma de expresarnos sin más artificio que aquel que ya de por sí tiene esa lengua tan rica en palabras y matices, un tesoro que debemos cuidar, transformar y enriquecer con un uso correcto y transmitir a nuestros descendientes, palabra que como bien sabemos engloba a todos... y todas. Pero por desgracia estamos pegándole patadas al diccionario por imperativo seudoprogresista y congresual, haciendo caso omiso de las reglas del idioma que a nuestro parecer merece un respeto, pues es la lengua del Mío Cid, Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, un tal Cervantes y aquí me quedo que no llegarían todas las páginas de este diario para citar tantos hombres y mujeres ilustres que le han dado forma, esplendor y gloria para que la cuidemos todos y cada uno de los cientos de millones de personas que la hablamos, leemos y escribimos con más o menos acierto y con todo nuestro amor porque es nuestra lengua materna.