Esa otra Jaén de la emigración

He tenido la ocasión de compartir una velada con jiennenses que partieron en busca de nueva vida y mantienen intactas las raíces >> La Casa de Jaén en Córdoba es un oasis de jaenerismo en medio de una ciudad preciosa >> El Himno de Cebrián

07 may 2017 / 10:51 H.

Hay otra Jaén fuera de Jaén, dicen los expertos en demografía, paisanos que emigraron un día en busca de una nueva vida, a los que el pan les llegó lejos de su tierra, gentes que se afincaron lejos de sus raíces, pero a los que esas raíces incombustibles se les llenaron aún de más savia jaenera. Si somos más de seiscientos mil moradores quienes hoy habitamos el antiguo Santo Reino, otro tanto hay fuera, en el resto de España, en Hispanoamérica y en media Europa. También en Andalucía, concretamente en Córdoba donde una Casa de Jaén que acaba de estrenar sede en el mismísimo casco histórico (calle Naranjo, 4) da cobertura a los más de dos mil jiennenses de carné de identidad que habitan la ciudad de la Mezquita. Con ellos compartí una velada maravilloso en el inicio del Mayo cordobés y con ellos hago cántico de su devoción.

“Había una vez una tierra maravillosa poblada por gente capaz y hospitalaria a la que la historia le vino dando siempre la espalda. Era una tierra tocada por la belleza pero alejada de las rutas del desarrollo. Así pasaron las noches y las lunas hasta que un día sus moradores, hombres y mujeres de bien, decidieron que había que hacer algo más por el presente de sus hijos. Trabajaron con más ahínco si cabe, de sol a sol, como fue costumbre desde antaño, y hasta tuvieron que conjugar el verbo emigrar. No había oportunidad para el resuello, tenía que ser definitivamente conquistado el futuro. Nadie debía guiar nuestro propio destino, nos merecíamos una oportunidad. Fue así como tuvieron que alejarse de esa Cenicienta tierra llamada Jaén, para convertirla en santo y seña de ese ansiado mañana. Gente sacrificada y honesta, humilde y alegre, valiente y responsable, orgullosa siempre de sus raíces. Eran las los jiennenses de la diáspora, no podía haber esquinas en estos hombres y en estas mujeres que se comían la vida a borbotones de entusiasmo...”. En Córdoba con ellos, la noche del viernes, aprendí una moraleja, que la vida es breve, muy breve, para no empequeñecerla bastaría con una fe ciega en lo que hagamos y llenarla siempre de espuertas de felicidad. Gracias amigos.