Entre Ceniza
y Piñata

16 feb 2018 / 09:25 H.

Volaban en círculo, en el radar que los pajariarcas habían programado desde su tómbola, ton, ton, tómbola. Sin conciencia de la crisis, la de su conciencia misma, su ronquío les certificaba que nada iba a quitarles sus sueños de grandeza, el espacio póstumo, este tiempo insepulto de máscaras y ruina. Miércoles de Ceniza, domingo de Piñata: secretariados, clanes, plazas tomadas por los metrónomos de la parálisis, horas violetas bajo la luz del ala de la graja, en las cámaras de los caserones donde cuelgan rimeros de pimientos, ristras de ajos, la túnica de la cultura, ese ángel en sus promesas desplomado, sobre la tapa de las orzas del lomo en manteca. Había entonces gente que se veía hecha un Cristo y a la que le daban la razón hasta multándola. Santo rostro de plasma, careto de hombre, Tesoro del Arca de los jaenes más parias, clávanos tu mirada, perdónanos esta venganza o la justicia, ánclate en este mar seco, primitivo, tan nuestro que disfraza sus árboles de calaveras de mulo. El estipendio del pecado es la muerte. ¿Desconoces el misterio? El conocimiento afecta al campo de la ciencia, el misterio al del arte y la pregunta a la jurisdicción del remordimiento. Ciudad de chichinabo y corvina, adonde agonizaban, ay, y ellos no lo sabían.