Enterrar esperanzas

    16 jun 2019 / 12:04 H.

    Respiro, pero no estoy viva”, escribió en su misiva de despedida Noa, la holandesa de 17 años que decidió dejar de vivir amparada en las leyes de su país. Violada en varias ocasiones desde los once años, cabe preguntarse si no estamos ante el fracaso colectivo de una sociedad que confunde derechos de la persona con obligación moral de auxilio. No perdamos de vista que, de igual modo que se reivindica el derecho del uso del propio cuerpo, se podría gritar el tener derecho a decidir si vale la pena seguir viviendo cuando la enfermedad te lleva a una situación irreversible. Me declaro a favor de una eutanasia legislada y que incluso contemple el agotamiento de cualquier medida de preservar la vida cuando se dé la situación de la holandesa a la que no se ha ayudado lo suficiente para superar la depresión y poder devolverle apego a vivir. Asistir impávidos al desplome del deseo de vivir sin ni siquiera intentar alguna situación estimulante me parece motivo más que suficiente para pensar si está sociedad permisiva es, al tiempo, una sociedad enferma y ayuna de valores. Con Noa no hemos dado tierra a un ser humano, hemos enterrado una esperanza.