El trabajo hecho

04 jun 2018 / 08:54 H.

Hace muchos años, en una misma calle había dos comercios en los que se vendían escobas. Uno las anunciaba a 2 pesetas y el otro a 1 peseta. El que las vendía más caras no se explicaba cómo su competidor podía venderlas a mitad de precio. Picado por la curiosidad fue a hacerle una visita para pedirle que le explicara esa diferencia de precio en las escobas. Una vez juntos, un vendedor le decía al otro: “Voy a ser muy sincero. Yo mismo hago las escobas que vendo y utilizo palmas, cañas, cuerdas, todo ello robado. Y aún así no puedo vender las escobas a peseta, como tú. ¿Me puedes decir qué secreto tienes para ello?” Y su colega le dijo: “Muy sencillo. Tú robas el material para hacer las escobas y yo robo las escobas ya hechas”. Esta vieja fabulilla me ha venido a la memoria por el problema que está sufriendo mi buen amigo el pintor Tomás Fernández, víctima de un sinvergüenza que plagia sus cuadros y los vende como suyos. Este atropello del que es víctima Tomás Fernández no es nuevo. Plagiadores los ha habido toda vida y en todas las materias, particular y mayoritariamente en la literatura. Si yo les contara en cuántas ocasiones he visto mis caricaturas, a veces con la firma cambiada, en llaveros, impresos, vasos... sin yo tener el más leve conocimiento no tendría sitio en toda esta página. La vocación de ganarse la vida con el sudor ajeno ha sido siempre muy elevada. Gentes sin el más leve recato ni vergüenza que se aprovecha del trabajo ya hecho por otro para darse la gran vida. No les gusta dar golpe y prefieren que el trabajo lo haga otro. Yo tuve un amigo que se casó con una señora que ya estaba embarazada para ahorrarse él ese trabajo. Existen los derechos de autor, pero hay creaciones que no se acostumbra inscribir en la Sociedad General de Autores, como un cuadro, una caricatura o un chiste. ¿Y hay algo que se plagie con más facilidad que un chiste? Tomás Fernández, un artista personalísimo, está siendo víctima de un indeseable llamado Benjamín S. Jenkins, residente de Texas (Estados Unidos), por lo que tiene muy difícil poder decirle en su cara cuatro cositas que le recuerden su falta de honestidad. Pero además de la distancia, Tomás tiene el problema del idioma. Además, seguro que al indecente plagiador le dará igual lo que de él se diga. Mi amigo está tratando de poner una denuncia, pero ni siquiera eso es fácil en estos casos delictivos.