El sueño de la vida

24 feb 2019 / 11:18 H.

Alberto Conejero —nuestro dramaturgo jaenero— llama así a su versión de la “Comedia sin título”, de García Lorca. Aún resuenan en mis oídos las palabras, casi gritos, de Nacho Sánchez, actor al que conocí en “La piedra oscura”, también de Conejero, arengando a los espectadores que copábamos el madrileño Teatro Español. Enfrentarse a un texto inacabado del gran Federico es una tarea titánica que, sin embargo, Conejero asume con la naturalidad de quien comulga en cuerpo y alma con lo escrito para, sencillamente, dejar que la fuerza de los personajes fluya por sí misma, alentada por el propio Lorca desde su balconada sideral. Navegamos en “El sueño de la vida” entre dolorosas pinceladas que desdibujan la realidad y, a la vez, arman una fantasía que la envuelve sin dejar de hacernos sentir inmersos en el conflicto que cimenta el teatro, la verdad, el compromiso, el dolor, el amor. El montaje, dirigido por Lluís Pascual, no deja que la pulcra indiferencia se adueñe de quienes ocupamos las butacas. Los personajes circulan a nuestro alrededor oliendo a guerra, a bala cruzada con la arenga, a sangre derramada sobre el adoquín de la historia. Y nosotros hemos de agachar la cabeza y doblar el tronco para no ser atravesados por la palabra que se dispara desde el escenario con voz lorquiana a través de los ojos de Conejero dejándonos con el agrio sabor de la destrucción que provoca la utilización política del teatro o —y esto enlaza con la más cruda actualidad— con el pellizco íntimo que suscita la llegada unas fuerzas agresivamente reaccionarias a la cotidianeidad de la escenografía y de la vida. Unos ojos, los de Conejero, que ya nos hicieron disfrutar de las andanzas de Josefina Manresa en “Los días de la nieve”, tiernamente interpretada por nuestra Rosario Pardo. También nos dejó exhaustos viajando a “Ushuaia” o induciéndonos a pensar en la incapacidad de amar en “Todas las noches de un día” dentro de una atmósfera irreal y mágica como él sabe dibujar. Ahora, en el CDN, Conejero nos obsequia con “La geometría del trigo”, la historia de un recuerdo materno que, transformado por la imaginación, se convierte en otro personal, tan real como falso y que acaece con el fondo de las últimas minas de plomo entre los olivares. Escribo porque dudo, dice Conejero. “Empleo la escritura teatral para enfrentar mis miedos, mis anhelos o mis pasiones ingobernables. Cada obra es un laberinto que nos recuerda que la vida siempre tiene algo maravilloso y monstruoso a la vez. Escribo teatro porque me hace profundamente feliz.” Gracias por transmitirnos esa felicidad. Escribir teatro, dices, es concertar una cita con el desconocido que nos habita. Nosotros le abriremos la puerta.