El Rey Emérito

01 jul 2017 / 11:32 H.

Al Rey Don Juan Carlos no lo han invitado al acto de conmemoración en el Congreso de los 40 años de celebración de las primeras elecciones democráticas, lo que es, como ha escrito Raúl del Pozo, como no invitar a Napoleón a la conmemoración de la batalla de Austerlitz. La figura de Don Juan Carlos ha pasado durante lustros por la de aquel Rey joven y valiente, que la noche siniestra con olor a pólvora y a chaqueta golpista de guardia civil desnortado del “sesientencoño” (23-F de 1981) se asomó a las pantallas de los televisores para garantizar la democracia y una España nueva con el caudillo definitivamente en el pudridero. Aquella noche en la que Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo permanecieron sentados en su escaño mientras Tejero disparaba al cielo de la democracia con su pistola decimonónica de iletrado nació el “juancarlismo” entre los demócratas e, incluso, entre muchos republicanos. Don Juan Carlos, Rey de todos.

Juan Carlos I rompió con su pasado borbónico. Con las tradiciones de su abuelo, Alfonso XIII, que viajaba hasta la cuesta de Las Perdices, en Madrid, para matar a escopetazos algunos pájaros, ante el entusiasmo cortesano y un poco bobo de sus amigos. El gran articulista de aquellos años, Francisco Umbral, escribía en su “Spleem de Madrid”, con una prosa que nadie ha igualado —en agosto se cumplirán diez años de la muerte de Umbral y nadie se acuerda—, escribía Umbral, decíamos, sobre “el mundanismo” del Rey y “el europeísmo” de Doña Sofía. Don Juan Carlos, a quien Franco se trajo a España con solo diez años de edad para prepararlo como Rey, Juanito, como lo llamaba el Generalísimo, se educó en una atmósfera oscura, con profesores como Millán Astray. De ahí pudieron surgir muchas de las carencias que ahora se achacan a este Juan Carlos extremadamente solo, olvidado o lanzado al vacío del olvido por su propio hijo, Felipe VI, un Don Juan Carlos que acude a los actos sociales ayudándose de su muleta, mientras se mueve torpemente, dolorosamente, como un rey cojo.

El actor Luis Bermejo interpreta a Juan Carlos I en la obra teatral “El Rey”, que se representa en el teatro del Barrio, de Madrid, y me comentaba recientemente mientras tomábamos un café en el Gijón: “Juan Carlos está probando ahora de su propia medicina. Él abandonó y, en cierta medida, traicionó, a su padre, a Don Juan. Actualmente está recibiendo idéntico trato por parte de su hijo”. La obra “El Rey” recoge una frase que Don Juan Carlos dijo a José Luis de Vilallonga para un libro de entrevistas, una frase que puede llevar dentro numerosos males que ahora se achacan a la Transición. Dijo el Rey: “No quería que los vencedores de la Guerra Civil se convirtieran en los vencidos de la democracia”. Y otra frase estremecedora de un Don Juan Carlos todavía joven resume la fatal trayectoria histórica de los borbones —Juan Carlos, involuntariamente, mató de un tiro a su hermano mientras jugaban siendo niños—. Se lamenta el Rey: “Y así vamos, de tragedia en tragedia hasta llegar aquí”. La presidenta del Congreso, Ana Pastor, intentó invitar al Rey Emérito, y La Zarzuela lo impidió. Don Juan Carlos puede que cometiera enormes errores políticos y, sobre todo, personales —en los que no se debería entrar—, porque nadie ha podido demostrar que haya estado relacionado con la corrupción, pero en su día tuvo que abdicar, y ahora vive este calvario de marginación y soledad por hablarle a una rubia y matar un elefante.