El precio del humor

08 feb 2018 / 09:09 H.

Dudo que exista una vitamina más eficaz y reconfortante que el buen humor. Y es un producto tan barato que difícilmente alguien se podría hacer rico usando ese bálsamo milagroso que es el hacer sonreír al prójimo. Sin embargo, provocando el llanto, el dolor, la desgracia ajena sí que se cuentan por miles los que han conseguido hacer rebosar su bolsa. Es difícil hacer entender al ser humano, que siente más felicidad el que da que el que recibe. Está claro que esto no se entiende porque estamos siempre más dispuestos a pedir hasta lo que no necesitamos que a dar lo que nos sobra. Una mal concebida condición humana que no dice mucho a favor de la raza más privilegiada. Yo siempre he sido agradecido a quien me ha regalado una sonrisa.

Cuando hablo de humor, estoy hablando del humor blanco, limpio, aunque esté aderezado con un poco de picaresca, de crítica sana y constructiva. Cuando el humor causa humillación, cuando hiere, y solo es una burla cruel, ya no merece llamarse humor porque no lo es. El humor no se estudia en ninguna universidad. No se aprende. Es como un don que concede la naturaleza al nacer, uno que se nos regala y que, por tanto, hemos de compartir con los demás. De los que suspenden en su intento de tener gracia, salen los graciosos, que son muy diferentes. He tenido la suerte de conocer a muchas gentes con buen humor, que me han hecho el regalo de la risa, y no me voy a referir a los profesionales del chiste sino a los que hacen reír por vocación. Una de estas personas fue mi amigo Antonio Martínez Lombardo.

Antonio vino de Carchelejo con humor. Con 14 años empezó a trabajar como practicante en el Hospital Provincial. Tuvo una vida profesional muy solidaria, ganándose el afecto, la confianza y el agradecimiento de miles de pacientes. Este era su oficio, pero su carácter, que atesoraba un humor desbordante, guardaba una enorme vocación por el arte de la radio y la escena. Los finales de la década de los 40 y los principios de los 50, la radio fue la cuna donde nacieron “Juanico”, “Maolico” y “Don Furibundo”, personajes a los que él dio vida y que arracimaban a las familias en torno del receptor para escuchar sus divertidas ocurrencias. Le acompañaban Paco Martos, Manolo Mena, Juan Aguilera y Antonio Almendros. ¡Cuántas sonrisas sembraron en aquellos tiempos difíciles, cuando el final de la guerra estaba aún tan cercano!