El precio del aceite de oliva

06 abr 2019 / 11:10 H.

Deja un buen sabor el mensaje de su majestad el pasado jueves con motivo del Congreso de Jóvenes Agricultores en la ciudad de Jaén. El monarca animó a que los jóvenes encuentren un futuro digno en la profesión de agricultura para que España sea una potencia agroalimentaria a nivel global. Ya me imagino a ese padre, a la vuelta a palacio, después de su jornada en tierras jaeneras, lo que contaría a sus hijas sobre ese futuro para los jóvenes de esta tierra. Y seguramente les explicaría que, a pesar de que ese producto que catarían en la cena es tan saludable y tan extraordinario por su sabor y aroma, esta semana apenas se había pagado a unos céntimos por encima de los dos euros el kilo. Esto, le explicaría nuestro rey bien informado, significa que las explotaciones agrarias de olivar tradicional entrarían en pérdidas pues el importe obtenido por la venta no sería suficiente para atender los costes de producción. Años de cuidado y de mimo, de riego y abonos, de amor al árbol, con esmero en la recogida, desde la rama hasta la almazara, de esfuerzos en contar con la mejor tecnología en la finca y en la cooperativa, para después perder dinero. En su cándida inocencia la princesa y la infanta habrán preguntado a su padre por qué en Jaén no vendemos el aceite a un precio superior. Me consta que los representantes del sector informaron a Felipe VI que este año tendremos en España la segunda mayor producción de la historia, pero que nadie se explica el precio tan bajo cuando en el resto del mundo la producción es escasa. También le reclamaron los agricultores al rey que no tienen capacidad de especular con su producto por las dificultades de almacenamiento, mientras que los distribuidores son los que más influyen en la evolución de este precio al concentrarse en muy pocos operadores. Leonor y Sofia comprenderían rápidamente que poco puede hacer un agricultor para fijar el precio de su producto cuando los escasos compradores se pueden organizar en comprar barato hoy y vender más caro mañana. Sin embargo, el Jefe de Estado, orgulloso por ser quien sanciona y promulga las leyes, corregiría a sus hijas y les diría que los pactos de empresas del mismo nivel no son legales porque van en contra de unas leyes, como la de Defensa de la Competencia. Les explicaría que esta práctica se ha dado en algunos sectores, como el de la leche, en el que determinados distribuidores acordaban precios de compra a la baja para presionar a los ganaderos. Es lo que se conoce como cárteles. El Borbón les explicaría a sus hijas que un cártel es un convenio o asociación entre empresas comerciales de producción similar para evitar la competencia y controlar la producción, la venta y los precios de determinadas mercancías. Les contaría que hace tiempo se desmanteló el cártel del azúcar, o el de cristales para vehículos, o el cártel del cartón, o recientemente el de las cabezas tractoras de los camiones. Imagino que la heredera al trono, escéptica sobre el futuro del olivar, preguntaría: “papá, entonces, ¿podríamos hablar de un cártel del aceite de oliva?”. A lo que el padre, pensativo y prudente, callaría al captar los matices de amargor y picor de este extraordinario picual virgen extra.