El ocaso del Fénix

03 may 2018 / 10:36 H.

La suerte muda según el viento y lo que hoy parece bueno mañana no lo es tanto. Para significar la excelencia de algo, se decía en tiempos de Lope que era cosa del Fénix o que éste la tenía en gran aprecio y estima. Y el trasunto valía tanto para una joya como para un espectáculo o para un entierro.

Así acertó doblemente la mujer que, contemplando la magnificencia del que pasaba, aseguró que era el entierro de Lope. Y lo era, aunque ella no lo sabía. Y también era algo nunca visto por Madrid. La comitiva torció por la calle Cantarranas para que su hija Marcela contemplara desde el convento el paso del féretro. Lope fue cura cuando quiso serlo. En Toledo se ordena de epístola, de evangelio y en el mismo año regresa a Madrid ya sacerdote. Celebra en su oratorio y lo hace con tanta pasión que suspendía la misa impedido por las lágrimas. Pero cambió el viento y con él la suerte. No halló Lope juez que acometiera el rapto de su hija Antonia Clara, de diecisiete años, por el del Conde Duque. Y brillaba con méritos propios Calderón, cuyas comedias eran tanto o más aplaudidas que las suyas. Era el ocaso del Fénix, que a todos llega y alcanza.