El Madrid en el caos

10 nov 2018 / 10:42 H.

Florentino Pérez no es Santiago Bernabéu, aunque siempre haya querido parecerse al viejo pescador de Santa Pola. Bernabéu tenía una pequeña barca con la que navegaba lentamente junto a la orilla de la playa por un cálido Mediterráneo, y gastaba unos pantalonazos color gris sujetos por unos tirantes que los ubicaba a la altura del tobillo. Bernabéu tenía una intuición inusual para el fútbol y para atisbar el futuro, una inteligencia cosida a mano, un porte entre señorial y pueblerino, y un humanismo que había adquirido en misa de doce. Y Florentino habita en el gélido ámbito del Ibex. Florentino está rodeado de asesores, pero no puede evitar la voz nasal cuando algo se tuerce mínimamente durante alguna de sus comparecencias públicas. Con techo o sin techo, con inversión de 500 millones de euros o sin ella, el viejo estadio de Chamartín, en el Paseo de La Castellana, siempre recordará a Don Santiago Bernabéu, que se sabía de memoria el nombre de los hijos de los empleados del club. Bernabéu jamás se hubiera entrometido en ofertas laborales al entrenador de la Selección Española a solo dos días del primer partido de un Mundial. Florentino sí lo hizo. Sus artimañas descabezaron en junio a la Selección cuando todos los aficionados del país soñaban con la Copa del Mundo. Luego, al décimo partido de Liga, cuando el Real Madrid perdió (5-1) en el Nou Camp, Florentino despidió fríamente, cruelmente, a Julen Lopetegui, y no es fácil recordar una respuesta tan humillante a una situación que exigía un punto de generosidad, si no de grandeza. Lopetegui, desde la derrota del Madrid frente al Sevilla (3-0), vivió en una situación con ribetes dramáticos. El hermético silencio del club solo sirvió para situarlo en un lugar sin redención. El comunicado del club en el que se daba cuenta de la destitución del entrenador, con subrayado a que no había sabido obtener el provecho adecuado a una plantilla con ocho jugadores nominados al Balón de Oro, terminó por desangrar a la víctima. Lopetegui, desde que aceptó la oferta del Madrid en Rusia, fue una persona en la que —para muchos— prevaleció el perfil de la mediocridad, pero su lento y triste final tiene ciertos ribetes de tragedia griega. El mundo, tecnológicamente ha avanzado mucho, pero los sentimientos del hombre son los mismos desde Homero. Por eso Lopetegui hubiera necesitado que Manuel Vázquez Montalbán estuviera aún vivo, para que le hubiese escrito un obituario futbolístico, acorde con la situación, que el entrenador hubiera podido presentar en el futuro con orgullo a sus nietos. Porque desde la salida de Rusia, despedido por Rubiales, su acto de presentación entre lágrimas de emoción como entrenador del Madrid, y sus paseos por el área técnica a raíz de que perdiera la Supercopa frente al Atlético, Lopetegui parecía el que fuera entrenador del Rayo, no el seleccionador nacional ni el técnico del Oporto. Es conocido por todos que el ser humano pierde su belleza con el paso de los años. Pero no existen antecedentes de que alguien pierda el carisma en cuestión de días. Lopetegui se dejó el carisma en Rusia. Incluso en el recuerdo aparecía como un mal portero. Parecía el protagonista de aquella obra teatral titulada “El poema de Guilgamesch” al que decían: “No te obstines en recuperar la fuerza de tus primeros años, porque la flor de la vida y el remedio contra la angustia no existen”.