El homo olivarensis

09 feb 2016 / 09:31 H.

Marchando una de antropología, aunque no tenga ni zorra idea del carbono catorce, pues no solo de poesía vivo. Homo horríbilis, homo corruptus, homo olivarensis, hasta había un eslogan publicitario de homo lava más blanco. Tengo una moneda, seguramente anterior a la era cristiana. En ella se ve un hombre, un niño cogido de su mano y un árbol, posiblemente, un olivo, pues mis conocimientos numismáticos no van más allá de la miserable peseta y el especulativo euro. En Jaén, el hombre, perdón, y la mujer también, no vaya a ser que me repliquen los progres de tres al cuarto, se han dedicado desde remotos siglos, al cultivo del árbol de Atenea y de Minerva, un árbol tan antiguo como las estrellas. Coronar a un atleta olímpico ateniense con una rama de olivo o de laurel era una distinción popular que solo la conseguía el héroe de la distancia, el esfuerzo y capacidad muscular. A otra cosa, mariposa. El hombre de Jaén, o sea, el homo olivarensis, nace debajo de un olivo y lo entierran cerca de él. El olivo se lo da todo o le arrebata la ilusión de vivir cuando la climatología adversa o las circunstancias negativas se posan como agoreros pájaros negros en sus ramas.