El domingo, doblete

    24 may 2019 / 13:00 H.

    Hablar de elecciones es hablar de candidatos, partidos políticos, carteles electorales, sobres con propaganda, miedo a abrir la puerta y que te endiñen el acuse de recibo para ser presidente de mesa, debates, promesas incumplidas y otras por cumplir que dan aún más miedo, personajillos que aparecen y te saludan efusivamente sin conocerte de nada, y mil cosas más cuando suena la palabra urna. En los tiempos actuales, las ideas políticas se reducen en muchos casos a lo que dice el anuncio del Nescafé: “Un sueldo para toda la vida”. En otros casos prometen y cuando los has votado, ocurre lo que le decían la madres a las hijas en el siglo pasado: “Mary, no te cases hasta que no tengas completo el piso con todos los muebles y el ajuar porque el novio promete hasta que la mete”.

    Habrá algunos que estarán obrando con buen corazón, y creo que en la política local es donde más se da, aunque tengo que decir que me molesta oírlos cuando dicen: “Lo único que quiero es trabajar por mi pueblo”. Y a los diez minutos ya se les ha olvidado y están dando con puntos y comas las consignas que les dictan sus partidos a nivel nacional. Cambio de tercio que me voy a señalar y no me voy a poder presentar a las próximas. En Jaén, durante el siglo XV, el condestable Miguel Lucas gobernó la ciudad auxiliado por doce regidores (concejales), cargos que recayeron en sus criados y personas de confianza. Tras ser asesinado, sus enemigos se quejaron a los Reyes Católicos, que desposeyeron de los cargos a los que los obtuvieron gracias a su cercanía con el condestable, y nombraron a los reclamantes. Sin embargo, las protestas de los afectados llevaron a la Corona a optar por una solución salomónica, restituyendo en sus oficios a aquellos que habían sido desposeídos de ellos, a la vez que se mantenía en el cabildo a los recién nombrados, con lo que el número de regidores se duplicó, quedando en veinticuatro; los famosos Caballeros 24 (parece que aquí nace nuestro invento de “tú mete a los tuyo, que yo meteré a los míos, aunque se doble la plantilla”). Desde ese tiempo, ha habido infinidad de comicios con sus correspondientes amaños y pucherazos. Cuentan las crónicas del lugar que a principios del siglo XX, cuando algún partido cavilaba que en tal barrio el candidato que iba a salir elegido, era de ideología contraria, se presentaba uno de los suyos a votar, con la indumentaria que se estilaba en esos años, que estaba conformada por gorra, bigote, alpargatas, pantalón de pana, chaleco con su reloj de cadenita, y por supuesto un bastón y una buena ración de mala leche. Si veía el presidente de la mesa que el individuo que entraba en la sala llevaba la papeleta en la mano izquierda y el bastón en la derecha; malo, porque o era zurdo, o se reservaba la mano más potente para hacer añicos la urna.

    En esos tiempos, la alternancia en el poder de liberales y conservadores era constante, no dejando paso a ningún otro partido, creciendo el cabreo entre el voto republicano que veía un claro amaño en las elecciones. Cuenta Antonio Almendros Soto, para quien no lo conozca, sobrino del político y poeta Almendros Aguilar, que: “En aquellos tiempos, los republicanos carecían de fuerza para presentarse a algunos comicios, y en ese caso, la cosa ni les iba ni les venía, dándoles igual liberales y conservadores, para ellos eran todos pura reacción”. Cuenta que la táctica era no votar hasta que el jefe de cada barrio no diese la orden.

    El truco consistía en que el responsable político de los que iban perdiendo, según la opinión de los interventores que más o menos veían por dónde iba el pajeo, daba la orden pertinente: “Decidle a Fulanito de Copas, que si manda a sus hombres a votar nuestra candidatura, que luego se pasen por mi casa”. Posteriormente, se solían pasar por la casa del individuo en cuestión, recibiendo un duro de plata y un puro farias, que al final les compensaba de tener que aguantar otro año más a la “tiránica monarquía”, que se decía. Por lo menos, estos sacaban algo, porque aquí ni eso.