El despojado

21 mar 2016 / 17:00 H.

Que no quiero verlo, no. Huyendo de una ciudad fantasma, que más bien parece sacada de un videojuego o de una de esas típicas películas americanas en que la humanidad se vuelve animal después de una gran guerra que arrasa el mundo como hoy lo conocemos. Cruzando aguas que esta vez no se abrirán como el mar Rojo porque el dios Europa no tiene piedad ni ve en los pobres de Yavhé sus escogidos, donde más bien serán probados como Jonás y si pierden, perderán la vida. Muriendo a la esperanza en el fango de campamentos fríos donde se llora el abandono y el despojo de la condición humana impuesta por el estado de mi bienestar. Barba rala o de días, infancia de ojos grandes, o pañuelo femenino contra la vergüenza, empujones, caminar hacia ninguna parte. Que no quiero verlo, no. Mascarillas robotizadas de rasgos orientales que a golpes de sirena son los esclavos de las grandes cadenas de ropa en las que a precio de saldo, al precio de su salud y su dignidad, enriquecemos a pocos y nos vestimos de la injusticia, despojados de toda conciencia. Que no quiero verlo, no. Pidiendo a su prima que acoja a sus hijos durante unos días porque como se ha derrumbado una habitación entera de su casa y no tiene medios para arreglarla asuntos sociales obliga, pero ni la arregla ni le busca otra. Que no quiero verlo, que no. Cumplida condena sale del centro de menores, y ahora qué, habilidades sociales, hábitos de estudio, vida de comunidad, responsabilidades, para volver al barrio que lo empujó, la indefensión, el menudeo y la desnudez desorientadora de la soledad. Que no quiero verlo, que no. Porque la historia se está repitiendo y yo me distraigo en las calles abarrotadas a su paso, sin que mi vida cambie por ello. Porque lo veo otros rostros que sí que me conmueven. Porque miro a mi alrededor y me pregunto que si somos tantos en la calle, por qué no lo hacemos en la vida. Que no quiero verlo, que no. Porque soy yo quien cuando lo miro y no actúo lo despojo y lo consiento.