El chalet de Besteiro

15 jun 2018 / 08:18 H.

No recuerdo, debe ser por mi juventud, otro caso de ataque más masivo y mejor organizado contra un político español que el que hemos podido ver en estos últimos dos meses contra la figura del secretario general de Podemos. La hostilidad hacia su persona y la de su compañera no ha tenido límites. En una de las declaraciones de Pablo Iglesias en los pasillos del Congreso de los Diputados los periodistas grababan sus palabras justo delante del busto de Julián Besteiro que el escultor Gabriel Borrás había realizado para esta institución. Es curioso, el mismo político al que se atacó tiempo atrás. Corría el año 1929, utilizando como excusa la adquisición que hizo con su esposa, Dolores Cebrián, de una parcela en la calle Grijalba, número 26, altos del Hipódromo. En 1929 Besteiro llevaba más de treinta años ejerciendo como docente; pero su esposa, por haber conservado su categoría administrativa, reunía un sueldo más alto aún que su marido, lo que alguna vez comentaba él jocosamente.

No se escatimó tampoco en aquella época en el ataque a estas personas presentando como algo incoherente, anormal, que un matrimonio sin hijos, los dos ejerciendo el profesorado oficial, después de tantos años adquieran un terreno y desearan hacerse construir una casa sin auxilio oficial y pensando únicamente en su vejez. La historia de su casa estuvo llena de momentos y sucesos de extrema violencia y amargura por los ataques contra ellos que no tuvieron funestas consecuencias debido al cariño de que eran objeto los dos y gracias a la vigilancia. Aquella casa no fue con los años el remate feliz a unas vidas dedicadas al servicio de un ideal de justicia social. Como dato interesante, sin ánimo de desviarme del tema, el arquitecto Luis Blanco Soler, compañero de promoción de Rafael Bergamín, inició su carrera profesional como ayudante del arquitecto Antonio Palacios, en 1920. Durante el primer lustro de los años 30 se dedicó profusamente a la construcción de las colonias de los Altos del Hipódromo, muchas de cuyas viviendas fueron ocupadas por la insigne intelectualidad de la época, intelectuales y profesionales liberales de mentalidad abierta y progresista que supieron valorar los nuevos conceptos de lo que debería ser una vivienda (el ya nombrado Julián Besteiro, Eduardo Torroja, Miguel Durán, García Mercadal, Ortega y Gasset, etc.). Al morir Ortega, Julián Marías, escribió: “Probad a discrepar en un punto, el más minúsculo, y veréis como esas gentes se cierran contra vosotros... Decid que España no tiene por qué ser un sistema de exclusiones, y veréis como se os excluye, cómo se os amenaza”. La verdad es que es interesante reparar en cómo justo cuando Podemos impulsaba su propuesta de ley para resolver el tremendo drama de la vivienda en nuestro país, reforma que posibilitaría que los ayuntamientos y otros niveles del Estado pudieran regular el precio de los alquileres, justo en este momento aparece el supuesto escándalo de la casa.

También Besteiro lidió aquí. Ya estábamos acostumbrados a los ataques a la figura de Pablo Iglesias, a que nos lo representaran una y otra vez como una persona dogmática, caciquil, estereotipándolo y mostrándolo como un ser rígido; pero los poderes económicos, políticos y mediáticos de este país han tratado de dar una definitiva vuelta de rosca. Es el precio que se debe pagar por denunciar las políticas que se han estado imponiendo a la población por parte de estos poderes y por presentar alternativas. El precio por denunciar que esos poderes han causado la mayor crisis social que ha vivido España desde el inicio de su democracia.

El tema no son las casas; el tema es la destrucción de la dirección de un partido. Esta pareja, ante la constante persecución en su vida cotidiana que les supone un riesgo, han decidido no imponer ese riesgo a sus hijos, y desean vivir en condiciones de mayor seguridad. El mostrar en nuestra cultura mediática esa desproporcionada hostilidad hacia los dirigentes de la izquierda no es más que una muestra de la falta de diversidad y cultura democrática de la que carecen los que la realizan.