¿Dónde se lo pongo, Pilongo?

19 oct 2017 / 10:38 H.

Empezaron por prohibir los toros con toda la intención del mundo, porque, para que una nación muera, —que es lo que está en juego—, además de desmembrar su territorio había que amordazar la cultura que lo identifica con sus pobladores. La Fiesta de los toros es una lucha ritual, más o menos desigual, pero con unas reglas muy bien determinadas que nadie se puede saltar. Y entre los valores que en su liturgia se representan está precisamente el del respeto a las normas que todo el mundo debe guardar, y los toreros mucho más. En la lidia, las decisiones no son aplazables. Por dos razones: una reglamentaria relativa a los plazos, ya que hay un tiempo determinado para hacer la faena: diez minutos, pasados los cuales se le darán hasta tres avisos, y si para entonces el toro sigue vivo, el torero tiene que abandonar el ruedo para que los cabestros se lo lleven a los corrales donde será apuntillado. Es lo peor que le puede pasar a un torero. Dejarse un toro vivo. La otra razón tiene que ver con el comportamiento de los toros, que aprenden durante la lidia y, si no se les hacen bien las cosas y a su debido tiempo, se le suben a las barbas a los toreros que acaban viéndose a merced del animal. Ya salieron por delante, defendiendo la ley, policías y guardias civiles, jueces y magistrados, y hasta el ocupante del palco real ha bajado al ruedo a clarificar y recordar que las rayas de picadores constitucionales se han pisado más de la cuenta. Pero el que ya está tardando en decidirse a resolver, de acuerdo con el reglamento, es el director de lidia. Es verdad que el toro está resabiado, y más que se le va a poner si no actúa. Es verdad que el público está encabronado y que es mucho el riesgo de fracasar. Haga lo que haga le van a pitar. Incluso puede que se lleve la cornada. Ahí está el riesgo y ahí está la grandeza de estas cosas. Pero llegados hasta aquí, a Mariano no le queda más remedio que tomar los trastos de la ley y salir al ruedo a lidiar este montaje de mentiras y despropósitos. Sin entrar al trapo que, con perverso lenguaje le piden, los que llaman diálogo a lo que no es más que la exigencia de un “trato” precocinado y ambientado por expertos tratantes desleales y ventajistas. No cabe seguir mareando la perdiz como aquel torero remolón de principios del siglo pasado al que “Recortes”, un famoso gacetillero taurino, con mucho sentido del humor, le dedicó estos versos: “Hizo su debut Pilongo, /un torero de Alcorcón /con más fama que el jabón /de los Príncipes del Congo, /que según él refería /en todas las reuniones, /reunía condiciones / y facultades tenía. /Nobleza, corazón y arte, /para salir con decoro; /porque él encontraba toro /siempre y en cualquier parte. /La tarde que él debutó, /en los dos bichos primeros /no ayudó a sus compañeros, /ni del callejón salió, /diciendo de cuando en cuando, /de valor haciendo alarde: /—Mi cartel hago esta tarde; /ahora me estoy reservando. /Salió el animal tercero... /y tocaron a matar; /sin el trapo desliar /y con ademán severo, /—¡Córrelo allí! (le decía /a un peón aventajado.) /—¡Córrelo hacia el otro lado! /(más tarde le repetía). /—¡A la puerta del chiquero! /(con voz fuerte le mandó.) /—¡De este sitio quítalo!; /¡Llévalo a aquel burladero!.... /Cansado de la marea /dijo el peón a Pilongo: /—¿Pero dónde te lo pongo? /—¡¡En donde yo no lo vea!!”