Día quinto

15 mar 2019 / 12:04 H.

Está sediento Jesús de la Expiración. Lo proclaman sus labios agostados, su piel lacerada por los golpes, su corazón abatido por las injurias. Tiene sed de verdad, de filas nazarenas repletas de cofrades que alumbren su caminar armonioso bajo la seda color corinto del ocaso. Sed de corazones fieles. Sed de auténticos seguidores de su palabra. Y nosotros tan solo sabemos elevarle una esponja con vinagre para aplacarla. Ahí va la hiel de nuestras niñerías, nuestras pugnas inútiles, nuestras fatuas arrogancias, nuestra continua profanación de lo sagrado, nuestras conductas superficiales, cerriles, nuestra vanidad infantil, nuestras descarnadas ignorancias.

Tiene sed el prodigio expirante, mientras se desgranan unos instantes litúrgicos numinosos, pletóricos de misterio y epifanía de lo divino. La ciudad sigue su curso marcado por los relojes de campanarios y transeúntes. Aquí dentro nada de eso hace falta. Nuestros sueños modelan el Tiempo. Lo tenemos a Él, sediento de amor. Nos tenemos a nosotros mismos ante su cruz. Sed tiene nuestro Cristo expirante. Jaén también tiene sed de su presencia en las callejas nevadas de inmarcesibles azahares; soberano entronizado en un alcor de plata y lirios donde se duerme la luna, para limpiar con su postrer suspiro el aire jaenero de cualquier tiniebla. La ciudad lo hará su Rey y Señor, sin trono, cetro ni oropeles, sino en su más grandiosa debilidad. Regnavit a ligno Deus.