Día primero

11 mar 2019 / 13:02 H.

Un año después ¿o todavía es ayer?, recalar en san Bartolomé es como acceder a un agujero de gusano, desvelador de mundos intemporales. En majestuosa teofanía el Señor de la Historia expira de cara al artesonado mudéjar, sobre escabel de sangre, plata, trémulas luciérnagas y lirio cuaresmal, velado su gesto suplicante por un ingrávido y fragante sahumerio. Resuena en los adentros su voz profunda, enardecida: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Nos delatan sus palabras. Creemos conocerlo todo, como nuevos e ilusos Prometeos, aunque nada sepamos más allá de cuatro recetas mundanas, insuficientes y tornadizas. Vivimos a ciegas entre opacas luces racionales, ajenos a su cruz que es palmaria revelación que sana, conforta, enseña y gratifica. Por eso nos postramos a sus plantas. Pregón alguno de falaces mercachifles del verbo puede igualar la hondura y verdad de sus palabras.

Muere Jesús, caballero andante celeste, Amadís de eternidades, mientras cantamos coplas tradicionales, paralizados de amor. Se detuvo el engranaje del Tiempo. Somos viajeros estelares, que navegan inmensidades silentes; náufragos del Cosmos hasta llegar a su encuentro. Paz y serenidad. Grita el silencio en el alma. Son momentos inexpresables, como si en ellos pudieran vivirse muchas existencias compartidas. ¡Cultos tradicionales de mi Jaén...!