Día primero

29 mar 2019 / 11:09 H.

Un gozoso cabildo cofrade es convocado sobre el tablero ajedrecístico catedralicio. El Señor de la Buena Muerte preside tan magna asamblea. Su sobrio y elegante altar de cultos atrae todas las miradas, cuando comienza el triduo que los hermanos blanquinegros le dedican en el tiempo cuadragesimal. Murió el Señor, de muerte buena y fecunda. Crucificado por dar testimonio de la verdad, para eternizarnos con su sangre derramada. Su cruz, vértice de la gloria, abraza el abismo del magno templo. Todo es grande en su anatomía, acorde con la sagrada mansión que lo cobija. Hasta la puerta del Perdón nos parece pensada para realzar su salida el Miércoles Santo, cuando el toque marcial de la corneta legionaria pregone el paso amoroso de sus anderos; racimo de corazones que jamás lo han abandonado, pues nada sería igual si ellos abjurasen de la sagrada misión de acoger sobre sus hombros la Buena Muerte de Cristo y mostrársela a un Jaén mudo ante tanta grandeza.

Juran los nuevos cofrades sin perder de vista la Cruz de su Gloria. Hay que ser miope para no divisarla en la distancia, para no caer de rodillas, con lágrimas en los ojos, acariciando con ternura, como María Magdalena, su madera cuajada de sangre redentora. Honor inmenso pertenecer a esta regia hermandad, pronto centenaria. Vocear en silencio su Buena Muerte de cruz por las calles de mi Jaén.