Derechos torcidos

    11 abr 2021 / 12:44 H.
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    Dijo Stefan Zweig: “A veces no es más que una puerta muy delgada lo que separa a los niños de lo que llamamos mundo real, y un poco de viento puede abrirla”. Para cualquier niña o niño, acelerar la apertura de esa puerta puede suponer una brutalidad de grandes consecuencias que pueden derivar en daños irreversibles traumas insuperables. En esta vida mundana todo tiene su momento; al igual que todo llega cuando tiene que llegar, ni antes, ni después. Es por lo que lo prudente y aconsejable (en boca de los mayores) y aunque los niños no vienen al mundo real con “manual específico de instrucciones”, guiarlos cual si se tratase de un arbolito que has plantado para evitar el exceso de su crecimiento asilvestrado. Proteger, educar, garantizar el bienestar... forman parte de los pilares, generalmente, sustentados por los padres. Cuando los progenitores, aunadamente, sostienen y educan en la misma dirección las garantías de éxito para que no haya torcimiento son muy elevadas. Pero la maldad habita en todos los corazones, y la puerta que la separa también es muy delgada. Nada es para siempre. Hay matrimonios y parejas que dejan de serlo durante todos los días del año. Y cuando esto sucede, rara vez es aceptado por los hijos (de dichos matrimonios o parejas) que inician un procedimiento donde se posicionan con una de las partes e incluso a veces dan la espalda a la otra. Hasta aquí es simple para el exmatrimonio o expareja, cada palo que aguante su vela... A menudo suele pasar que la maldad rompe la delgada puerta y hace una miserable utilización de los hijos, poniéndolos en contra (hasta machacar) a la parte que le dan la espalda. Esto es una crueldad muy retorcida de la maldad que a diario aviva la metamorfosis de derechos torcidos hasta convertir en cachipolla a quien le dan la espalda. Hijo, desde el primer momento que naciste transformé enteramente mi vida para protegerte, garantizar tu bienestar, educarte... todo lo hago desde la simplicidad de una madre. Simplemente. Tu y yo somos personas: con derechos. Acepto plenamente que los tuyos, como niño (adolescente) que eres, están por delante de los míos. Como cualquier madre o padre que se preocupa por su hijo quiero contribuir a guiarte humanamente ante tu crecimiento en la vida, de forma educada y respetuosa, amable ante la tiranía de la rebeldía adolescente que aquellos de malos comportamientos míseramente utilizan desde la maldad para dañar y quebrar a tu madre. Has decidido vivir con tu padre: que seas muy feliz. Tu felicidad por encima de todo, pero mi felicidad requiere de paz y tranquilidad y es que hoy la agonía a la que estoy sometida desde que me llegó el burofax y aún estás aquí (a mi lado sin tú quererlo) me la has robado y mis derechos torcidos hacen de mí una frágil cachipolla que muere cada hoy y renace cada mañana mientras estoy viviendo en esta agonía. Dónde está la imperante justicia que imperiosa te asista y a mí, tras tu repudio conmigo, me libere de estas dolorosas cadenas de la agonía que apresan a una mujer, tu madre: la que siempre seré.

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