Democracias liberales

03 nov 2023 / 09:40 H.
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El liberalismo es la filosofía que a lo largo de los siglos se ha convertido en la triunfadora del pensamiento y los discursos contemporáneos. Nadie duda eso. De ahí salió el humanismo, el feminismo, el comunismo, el socialismo, el Siglo de las Luces, la Revolución francesa... Logró que se rompiera con la Edad Media y le cortó la cabeza al rey, guillotinándolo. Puso a la Iglesia en su sitio y esta pactó, en aquellos países donde tuvo que hacerlo, para perdurar con las viejas estructuras feudales. En naciones como España o Inglaterra, por ejemplo, sobreviven las monarquías, que van contra cualquier lógica racional, y la Iglesia mantiene sus privilegios, otra manera de superstición, gracias a esas negociaciones que la historia siempre se encarga de realizar, no exenta de contradicciones. No olvidemos que los liberales, luchando por el amor libre, fueron el azote de las religiones y no tenían temor de Dios, aunque hoy día eso se haya diluido y quedado a un lado. Quién sabe si volverán esos tiempos. Bien podría suceder. De igual modo, del liberalismo surgieron los populismos, incluidos los totalitarismos del siglo XX, obviamente, que reaccionaron frente a la onda de progreso que simbolizaba; pero asimismo frente a los desmanes de la bolsa y el desastre mundial bursátil de 1929. Tras la Segunda Guerra Mundial, se recicló en neoliberalismo, la tendencia que vivimos, aunque esto requeriría matices. Como corriente de pensamiento, representó históricamente aire fresco en la modernidad y en la renovación de las estructuras políticas y sociales de Occidente; pero también, en su deriva economicista, ha significado un abuso continuado de las clases trabajadoras, ahondando en las injusticias sociales sin pudor y con descaro obsceno. Una vez más, observamos, los sistemas no son perfectos, y no solo porque no se haya cumplido lo que Adam Smith predijo, de que la riqueza acabaría inundando a las naciones, sino porque no hay ningún atisbo de complacencia en reconocer que el ser humano no ha avanzado un par de centímetros en valores y justicia. De hecho son mentiras que nadie cree... ¿Y quién puede estar en contra del modelo que constituyen las democracias liberales que, por lo demás, no posee alternativa? Fijémonos en Israel, país poderoso con un gran apoyo económico detrás. Las mayores fortunas del mundo son judías o filojudías. EE UU. consiente todo lo que hagan los hebreos, incluso si masacran a la población civil palestina y no respetan el derecho internacional (por otro lado, tampoco EE UU. lo hace, desde luego). Cometen barbaridades ignominiosas desde que en 1948 se expulsó a los palestinos de sus tierras. Ahora bien, ¿quién estaría a favor de los terroristas, de Irán o esos regímenes extremistas que apoyan y sostienen al bloque del mal? Evidentemente, aquí hay trampa. Porque que estés en contra de unos no quiere decir que alientes a los otros. En última instancia, yo me solidarizo con los desfavorecidos, con los oprimidos, y en este caso ya sabemos quiénes están sufriendo, no ahora que se ha recrudecido la guerra, una guerra que nunca ha dejado de existir, sino desde hace demasiadas décadas. Consecuentemente, me encuentro en tierra de nadie, porque no me gustan unos ni otros, aunque si tuviera que elegir, claro que sabría de parte de quién he de ponerme. Eso sí, tapándome la nariz. El hedor es insoportable.

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