Deberes y haberes

28 oct 2018 / 10:57 H.

Aun confesando que no estoy ducho, ni tan siquiera ligeramente aseado en cuestiones de naturaleza contable, puedo afirmar en un alarde de osadía que las cuentas no me salen, tampoco me entran, y ante esta encrucijada, debo asumir mi absoluta incompetencia en la materia, o por el contrario sospechar maliciosamente que alguien tergiversa los cálculos o algo de origen equívoco enturbia la solución final. Entiendo, como cualquier ciudadano adoctrinado en las cuatro reglas fundamentales, que las columnas del debe y el haber deberían de guardar un cierto equilibrio y un tanto de armonía, es decir, para que nos entendamos, las gallinas que entran por las que salen, porque si no el gallinero se nos queda en la carcasa y sin hueverías que nos nutran. Esta premisa tan cacareada, puesto que de gallineros estamos hablando, y que a simple vista nos resulta tan sencilla y lógica, rara vez se cumple, o apurando la exigencia podríamos decir que nunca. Supongamos, en concreto, en esta España nuestra de eñes mayúsculas tan españolas, que tanto la ciudadanía como sus gobernantes intentan (o al menos intentamos creer que se procura) auspiciar una contabilidad que responda a estos principios elementales de proporción, ecuanimidad y justicia, pero para asombro y perjuicio de las niñas de los ojos nuestros, las eñes de rapiña nos pueden y nos desbordan, y así nos encontramos con una importante caterva de engañadores, apañadores y muñidores que meten la uña y se bañan en las cuentas, y todo aquello que debe haber para todos, no aparece ni en el debe ni en el haber. Si a todo esto añadimos lo que viene conociéndose como una doble contabilidad, es que alguien se está limpiando en los cortinones con maña y saña. Y lo peor, nadie restaña el daño. En el debe de los ciudadanos están los impuestos y en el haber, los supuestos servicios y beneficios que se deriven de aquellos, en el debe de los administrados nos encontramos con el sometimiento a las leyes y en el haber, la justicia, que las interpreta, y que en teoría aplica con imparcialidad. En un primer momento estos principios regidores parece que responden a cierto orden ético, con pretendida solidez, pero en la práctica y sometidos a los avatares de la condición humana, se difuminan, diluyen y confunden. Como ejemplo vivo, en la actualidad española, estamos asistiendo al espectáculo de como todo un Tribunal Supremo, intenta resolver una suprema contradicción ante dos supremas sentencias, para dirimir donde ubicar unos gastos hipotecarios, en el debe o haber de los ciudadanos hipotecados, o en el haber-haber de los bancos. No sé, me huele mal el recocido. ¡Y hay tantos!. Para mí, y a riesgo de parecer tontico, un asiento contable no es más que un taburete cojo.