De español a español

21 sep 2017 / 10:03 H.

A muchos de los que peinamos canas o abrillantamos calvas nos contaron de niños aquella historia de la bandera cuando Manolete fue a torear a México, donde residían muchos de los exiliados españoles después de la guerra civil. Según la leyenda, en su presentación en la plaza Monumental, cuando Manolete iba a iniciar el paseíllo, al ver la bandera republicana ondeando junto a la de México, avisó a los alguacilillos para que trasladasen a la autoridad que mientras no se sustituyese la bandera tricolor por la roja y gualda oficial de su país no pensaba salir al ruedo. Con el tiempo supimos que todo eso era mentira, entre otras cosas porque en La México, que así se llama la plaza, ni se ponían ni se ponen banderas. Además, es tan inmensa que difícilmente se distinguirían. Total, una patraña tan grande como aquel terrible cuento de que lidiaba y estoqueaba “rojos” en la plaza de toros de Badajoz. La figura de Manolete, como la de otros artistas, fue manipulada, tergiversada o maltratada por unos y por otros según les convenía. Es verdad que Manolete subía al palco a saludar a Franco en las corridas en que este asistía. No faltaba más. También los niños cantábamos el cara al sol en las escuelas y supongo que por eso no se nos debería catalogar a todos como “fascistas”. Aunque cualquiera sabe, a la vista de la que le ha caído al torero Padilla por envolverse en una bandera que le lanzaron desde el tendido en Villacarrillo y que llevaba el escudo oficial de la época franquista. El hombre ha dado explicaciones de que ni vio, ni creyó, ni por supuesto era su intención avalar ideología alguna, más allá de portar con orgullo la bandera de España. Y es normal que hayan surgido las críticas al gesto del torero, por su imprudencia. Pero de ahí a la que le han montado al del parche en el ojo, —que por cierto, además de gran torero es una excelente persona y un ejemplo de superación para todos—, va un trecho largo. Asesino y fascista es lo más “bonico” que le han dicho entre una sarta de insultos y desprecios que le llegaban desde sectores de la supuesta izquierda que manejan varas diferentes para medir según qué banderas anticonstitucionales y secesionistas, o para, lo que es peor, no inmutarse ante la quema de la que representa precisamente la unidad de todos los españoles. La bandera nacional no está ni debe ser asociada a ideologías políticas porque representa las cosas que nos unen y no las que nos separan. Y a la vista del descarado ataque que a esa unidad están ejecutando los insaciables forajidos de la política catalana, no parece serio que algunos partidos sigan sopesando más la expectativa electoral que el patriotismo constitucional. La verdadera historia de Manolete en México fue otra. A finales del cuarenta y cinco Manolete llega a México, y pregunta por un buen aficionado que se llama Indalecio Prieto. En el restaurante de “El Nili”, antiguo banderillero de Juan Belmonte, se sientan juntos a comer el torero y el político socialista y republicano. “Hablamos poco de política y mucho de España”. Así lo cuenta en sus memorias “don Inda”, que aprovechó para pedir a Manolete una fotografía que, en un segundo encuentro el torero le llevó. Alargó su pluma estilográfica para que se la dedicase y el Califa Cordobés escribió: “A Indalecio Prieto. De español a español. Manuel Rodríguez, Manolete.”