De camino al infierno

26 oct 2018 / 11:09 H.

Hace unos días, aprovechando que tenía unos días libres y me apetecía hacer turismo “gastrosófico” al modo y manera de mi amigo Don Picoco, muy de mañana, por aquello de que al que madruga Dios le ayuda, había salido yo de mi pueblo, Torreblascopedro en la provincia de Jaén, camino de San Juan de Torruella en la provincia de Barcelona, donde se encuentra el Centro Penitenciario de Los Almeces (Lledoners, para que me entiendan aquellos prefieren los topónimos en catalán), ese lugar de culto al que parece ser obligado acercarse para pedir audiencia y rendir pleitesía a los privilegiados huéspedes de la cárcel que es hotel y sede gubernamental en vez de lugar de reclusión para presuntos culpables de delitos muy graves que están por juzgar.

Quería, si era posible, adelantarme al clima de euforia que se había de producir tras la asombrosa cumbre del universo político figurante que se celebró el viernes pasado entre los ya citados privilegiados presos y el embajador plenipotenciario de cloacas presupuestarias, para relatar de manera objetiva lo que ha venido sucediendo desde que fueron trasladados a tan cálido hogar. Como pueden ustedes suponer, no tenía la pretensión de ser recibido por tan ilustres presos y ni siquiera en sueños se me hubiera pasado por la cabeza tamaño dislate. El motivo de mi viaje era tratar de comprobar si es cierto que reciben una media de más de diez visitas al día y, para ello, pensaba colocarme en algún lugar cercano a la entrada, desde el que fuera posible observar el ir y venir de vehículos oficiales a lo largo del día. Pueden pensar que no merece la pena hacer tan largo viaje para eso, pero es que me resulta increíble lo que publican los diarios y, al parecer, está sucediendo. Y además, siguiendo mi afición más firme, pensaba disfrutar de la cocina catalana en un restaurante de San Fructuoso del Bages y relatarlo para que cambien de opinión todos aquellos que no tienen intención de visitar tan hermosa tierra mientras no deje de haber ruido.

Pues bien, escuchaba la radio en el coche, en la que por cierto se hablaba del problema catalán, que es la monserga de todos los días y todas las emisoras, cuando llegué a la altura de Úbeda y ahí cambió de pronto todo mi panorama mental, porque surgió de frente el auténtico problema nacional, regional, comarcal y local, en suma, el problema que aqueja desde la noche de los tiempos a la provincia de Jaén y sus sufridos habitantes. No es otro que el olvido al que la tienen sometida todos los políticos que han pasado por el gobierno de Madrid, sean del partido que sean, todos los gobiernos que han existido en Sevilla y todos los responsables de la Diputación de Jaén, y ahí me quedo, porque los gobiernos municipales poco pueden hacer sino protestar y concienciar a sus ciudadanos de la incuria que padecen en la comarca que se extiende desde Úbeda hasta Villarrodrigo, donde transitar por la N-322 es una vergüenza.

Comienza el calvario en la circunvalación de Úbeda y bajada a Torreperogil, camino imprescindible para aquellos que quieren hacer turismo en la Sierra de Cazorla; atravesar Torreperogil requiere paciencia infinita con semáforos por mitad del pueblo, pero hasta ahí solo el aperitivo, ya que dos kilómetros más adelante vienen las desviaciones por obras mal señalizadas, y eso una y otra vez hasta llegar a Villacarrillo donde se sigue atravesando el pueblo hasta llegar a la trampa mortal de la bajada hacia Iznatoraf en obras desde que el actual obispo era monaguillo. Y no hay que hacerse mala sangre ni pensar que esto se acabó, porque si se quiere acceder a la A-6202 para llegar al Tranco, desvío por obras que hay que soportar con señalización tercermundista y rotonda provisional de años de antigüedad que es digna de mejor causa; en esa rotonda acertar el camino correcto que pasa cerca de Gutar es como jugar a la lotería; y así continúa la malhadada ruta que es el único camino para los pueblos situados al nordeste de la provincia. Y yo me pregunto si hice bien, acordándome de los antepasados de todos los gobernantes que han puesto sus garras en las poltronas ayudados por el voto fiel de mis paisanos, cuando reventó la rueda de mi coche y no tuve problema para manejarlo ya que la velocidad a la que circulaba era la adecuada a tan execrable ruta. Allí, en la cuneta, se acabó mi infernal viaje de aquel día.