De belenes y villancicos

30 nov 2016 / 12:14 H.

El frío ha acudido a su cita después de un inacabable verano, y con el frío llegan las primeras señales de la Navidad, unos días entrañables en los que antaño se reunían nuestros mayores alrededor del fuego en casas y cortijos, semanas en las que se pone el sol tan temprano que antes había noche para tomar el vino, cenar, cantar villancicos o contar viejas historias en las que los viejos revivían hazañas juveniles, guerras, hambrunas y años felices, un tiempo pasado que sonaba a leyenda y aventura a los niños. También se ponía el belén y se preparaba la bandeja de dulces navideños, con unas botellas de resol, de coñac, de anís...Y, como es lógico, cantar villancicos al calor de la lumbre, en la calle, en la escuela, con los instrumentos de siempre: pandereta, zambomba, sonaja, carraclán, etc. Todo esto imprimía un sello especial al tiempo navideño, algo que todos recordábamos de un año para otro y permanecía inalterable, como el ciclo de las estaciones. Pero llegó el cine hace un siglo, y más tarde la televisión, y en las pantallas vio la gente que había lugares en los que no ponían el belén, sino un árbol; ni tampoco cantaban villancicos en español, sino en inglés; ni Reyes Magos, sino Papá Noel o Saint Klaus, y los regalos los colgaban en el árbol, no en el balcón. Muchos pueblos, muchos hogares y comercios olvidaron lo que era tradicional y optaron por lo que habían visto en las películas desarrolladas en Nueva York, esa ciudad que es la flor y nata de la modernidad, mucho más que París, Madrid o Barcelona. Y para felicitar, algunos elaboran circunloquios con el fin de evitar expresiones como “Feliz Navidad”, que es un deseo de paz y felicidad transmitido a familiares y amigos, prescindiendo de las creencias o ideas que cada uno tenga. Antes de Cristo, los antiguos romanos ya celebraban fiestas en estas fechas y se hacían regalos unos a otros, se reunían junto al fuego, comían roscones y cantaban. No hay nada nuevo bajo el sol.