Cuando llega la hora

12 feb 2019 / 10:04 H.

En este mundo, a todo y todos nos llega nuestra hora. Esto viene sucediendo desde que el mundo es mundo, es decir, mucho antes de que se inventasen los relojes. Y lo curioso es que nadie sabe cuándo llegará esa hora, pero llegar, llega. Bien que lo estoy notando, viviendo y sufriendo durante estos pocos días que llevamos de febrero. El reloj ha marcado la hora, su última hora, a muchos amigos y conocidos, unos más cercanos que otros, que me han causado dolor y respeto. No pretendo convertir estas “brisas” en obituarios cotidianos, pero cuando alguien con quien uno ha compartido momentos de su vida nos deja, no se puede silenciar su ausencia. Me siento en la obligación de rendirle un recuerdo, un adiós emocionado, que deje una, aunque sea humilde, huella de su paso por la tierra y por mi vida.

La vida tiene esas cosas que parecen paradójicas y que te hacen pensar. El amigo más reciente fallecido fue Pedro Puche Martínez, el relojero. Un hombre que pasó toda su vida profesional entre relojes sin que pudiera imaginar cuándo llegaría su hora. Pedro pertenecía a una generación de relojeros iniciada hace mucho más de un siglo.

Fue su abuelo José quien puso el primer taller de relojería en la calle Calvario, profesión que siguieron sus hijos Alfonso, Pedro y Juan de Dios, de los que aprendió el oficio Pedro. El nombre del establecimiento era “La Hora”, que tuvo varias ubicaciones hasta llegar a la actual, en Bernabé Soriano, donde hace años le conocí yo cuando ya había dejado de trabajar y acudía a la tienda para ayudar a su hijo Pedro, que continúa con el negocio. Allí coincidimos en muchas ocasiones y nos gustaba hablar de nuestros tiempos. La última vez que fui a la relojería para que le cambiaran las pilas a un par de relojes, Pedro no estaba. Su hijo me dijo que no estaba mal, pero el reloj, no sabemos cuál de los centenares que tiene alrededor Pedro, ya tenía fijada su última hora. Pedro Martínez falleció el pasado día 5, con 85 años. Una gran pérdida que ha herido el alma de su esposa, sus hijos, sus nietas, su familia y amigos. Yo también lo echaré de menos cuando vaya a la relojería y no lo vea apoyado en el mostrador o bajando por las pequeñas escaleras que llevan a la trastienda. Era un hombre muy asequible, cercano, gran conocedor de su oficio y sus consejos eran siempre dignos de tener en cuenta.