Cruzando la línea

31 dic 2017 / 00:26 H.

Hay una estrecha línea que separa lo vivido de lo que ha de venir. Una línea que varía con cada golpe de segundero o con el crujido de la última página que arrancamos del calendario. El presente es apenas un soplo que engarza lo que nos ha hecho llegar hasta aquí con el siguiente paso que daremos y que ya nos adentra en el futuro. Hoy, 31 de diciembre, es la representación más plausible de esa línea que ansiamos cruzar. Unas campanadas, un racimo de uvas, un íntimo escalofrío vestido de rojo, unos abrazos bajo la lluvia de confetis y, como por ensalmo, ya estamos en el filo de una agenda nueva para la que elucubramos mil y un deseos para rellenarla. Una convención más a la que aferrarse. Sin embargo, esa mirada al futuro inmediato que nos espera tras cada sístole, diástole o exhalación, es voluble y sujeta a la gestión que hemos realizado en el camino previo y, también, de cuánto llevamos realizándola. Cuando el tiempo recorrido apenas pesa en la mochila y la vida nos guiña un ojo, cruzar la línea es puro alborozo, exultante galope, enardecido impulso.

Por el contrario, si atesoramos ya dosis severas de experiencia a la espalda, quizá la línea se nos antoja la afilada arista de una hoja de afeitar. Y deambular por ella no siempre será una experiencia placentera, menos aun si dudamos del tiempo asignado para recorrerla.

El viejo refrán de esa “vida nueva” que se supone asociada al cambio de año nos empuja a sentir que algo rebrota dentro de la alforja y, por un sublime instante, aceptamos que así es. Quizá incluso tenemos la tentación de saltar la línea y acariciar la nueva meta volante con visión de ganador saboreando ya el beso y la lluvia de burbujas que creemos merecer.

Mas, ¡ay!, cuan ladina es la línea. A todos nos aplaude, nos felicita, alimenta egos y sueños hasta que nos traspasa el subconsciente. Ya estamos a su merced. Caminamos sobre ella con los ojos puestos en el horizonte, cuan equilibristas de circo, para no perder la esperanza aun a sabiendas de que, tal vez, al otro lado solo existan utópicas quimeras, reflejos de luces apagadas, sentimientos dormidos o parpadeos a golpe de deseo.

Cambiamos de año y todo pasa a tener un halo de irrealidad que apenas dura lo que la digestión de la última uva con la que casi nos atragantamos. Enseguida suenan los despertadores y nos dejan con cara de pánfila suspicacia mientras rebuscamos en el recuerdo de hace unas horas y tratamos de encauzar lo que pensábamos el último minuto del año terminado para tejerlo con las ideas que nos atenazan apenas minutos después. Vivir es una asignatura complicada. La vida no se mide con el ritmo cansino de los cuartos y las campanadas. La vida es la misma línea que creemos saltar.