Crisol de civilizaciones en el centro de la provincia

19 abr 2017 / 10:51 H.

Bajando desde Úbeda hasta Linares, a la derecha, nada más rebasar el cruce de la localidad de Canena, a un tiro de piedra de ella, está la localidad de Rus. Invito al viajero a detenerse. No se arrepentirá, pues aquí encontrará un cuadro en el que se mezclan retazos de viejas culturas, como la romana, árabe o renacentista. Por sus calles se respira el aire grácil y despierto de los ruseños, gentilicio con el que se conoce a sus vecinos, gentes amarradas a la tierra en un solar situado en el centro geográfico de la provincia de Jaén, cerca del triángulo renacentista de la provincia y de la ciudad de Linares. “Rus, que queda a la mano, está a la falda de la loma de la Costezuela y en el terreno se aprecia una bien cuidada huerta; las ciruelas de Rus tienen fama a muchas leguas de por aquí”, dice Camilo José Cela en su “Primer viaje andaluz” al referir su paso por este pueblo de poco menos de cuatro mil habitantes y un término municipal de 47 kilómetros cuadrados que discurren extendiéndose suavemente desde la zona norte de la comarca de La Loma hasta las orillas del Guadalimar, río al que enriquecen las aguas del cauce del rio “La Yedra” que atraviesa sus tierras propias de la campiña olivarera, la mayoría de ellas ya puestas en regadío, haciendo así del olivar la principal fuente de riqueza de este pueblo apreciado desde siglos atrás por su riqueza agrícola. Ya el romántico “Diccionario Geográfico Universal” dice de sus gentes que son “laboriosos, dedicados la mayor parte de ellos a la agricultura, lo que ha llevado hasta el punto que pueden servir de modelos a muchos pueblos de la provincia. Otra parte de los vecinos se dedica a la formación de carbón, ceniza, cal y yeso, de cuyos artículos proveen a Úbeda, Baeza y otros pueblos de sus inmediaciones”. Es esta última actividad laboral la que ha llevado a que en algunos pueblos vecinos llamen a sus gentes con el apelativo de “cisqueros”, al igual que, dada su riqueza de cosechas de ajos, en Canena se refieran a los ruseños de forma despectiva llamándoles “ajeros”. Sin embargo, desde finales del siglo pasado, una nueva fuente de riqueza se incorporó al municipio como alternativa a la problemática del monocultivo en el mundo rural, la industria tanto textil, llegando a abrirse una gran cantidad de talleres y cooperativas textiles, así como empresas aceiteras. No cabe duda de que su situación geográfica es un aval para su futuro.

Cuando el viajero se adentre por sus calles y plazas tendrá la sensación de no estar en un pueblo pegado a los caminos, sino en un pueblo aislado y escondido en el que asoman por doquier rastros de su historia pasada. El actual caserío urbano nació en torno al viejo torreón medieval, núcleo embrionario del actual mapa callejero. Desde ahí la población se fue extendiendo desde el siglo XVI por las calles Horno, Fuentezuela, Molinos, Mesones, Iglesia y Turrumebro hasta la Dehesa del Monte. En el siglo XX, y de forma anárquica, el caserío se extendió hasta la carretera.

Al pasear, el viajero podrá atravesar recónditas y sinuosas calles de traza árabe, como los que hay en el barrio del Zacatín y calles en las que asoman fachadas con rejas, balcones y escudos que hablan de su pasado noble, que se muestra también en su templo parroquial dedicado a la Asunción, construido a mediados del siglo XVI atendiendo a directrices del maestro cantero Andrés de Vandelvira. Es un bello templo al que no se le hizo justicia cuando, a mediados del siglo pasado, se remodeló su torre. Como signo del esplendor de comienzos del siglo pasado queda la fachada de su ayuntamiento, compuesta por sillería con aires clasicistas.

Este pueblo, desde el siglo XIII, tras la conquista castellana, fue aldea dependiente de la Orden Calatrava primero y después aldea de la ciudad de Baeza hasta el año 1628, siendo separada y hecha realenga por privilegio del rey Felipe IV. En la baja Edad Media fue este solar escenario de encarnizadas luchas entre nobles. Ya antes, en épocas anteriores, aquí se asentaron los iberos, si bien fue en época romana cuando adquirió mayor importancia, llegando a ser, según algunas fuentes, la conocida en el año 202 como la “Republica Ruradensis”, de donde le viene el nombre. En sus alrededores se asentaron después, en época visigoda, varias comunidades de monjes y eremitas, atraídos por el paisaje del entorno, como indican los vestigios de eremitorios encontrados en Valdecanales y la Cueva de la Veguilla. En el primero de ellos, modelo único de su género en la península, se encuentra, desde el siglo VII, un hipogeo con tres naves excavadas en la roca. Una de ellas tiene una fachada monumental simulando un porche en forma de arcadas ciegas, con arcos de herradura y tímpanos decorados con palmetas de tradición clásica, todo labrado en el talud del terreno. En el interior hay una capilla. Alrededor se ven otras cuevas pequeñas que debieron ser residencia de los monjes. Un pueblo con larga historia y que tiene en su cronista oficial y buen amigo, Diego Ramírez Poyatos, un excelente adalid y defensor.

Pueblo castigado de forma cruel durante los años de la guerra civil y la posguerra, no deja de ser un pueblo de honda religiosidad que se manifiesta no solo en su devoción a san Blas, sino también en otros muchos detalles devocionales. El carácter jovial de sus gentes se pone de manifiesto incluso en la adversidad, como muestra el origen de su fiesta mas famosa, que se celebra a finales de septiembre, conocida como “Fiesta Mozos”. En ella se celebra una procesión con el Santísimo a la manera que se hace en el día del Corpus y, además, paralelamente y en esos días, celebran unas fiestas carnavalescas fuera de su fecha tradicional. Arrancaron estas fiestas en el siglo XVII cuando fue librada la villa de la peste bubónica que diezmó la población, especialmente la compuesta por jóvenes “mozos”. Lo celebraron vistiéndose de mascaras y de forma festiva, queriendo así mostrar cómo habían engañado a la muerte misma.

Tienen fama sus gentes de ser valientes, trabajadoras, optimistas y abiertas. De ahí, de su carácter brioso, pudiera proceder la expresión “Voto a Rus!” que aparece en El Quijote, en el capítulo 25 de la segunda parte cuando dice Sancho “Voto a Rus! no dé yo en un ardite porque me digan lo que por mía ha paso”. Es esta una expresión que sigue dando quebraderos de cabeza a los estudiosos de Cervantes, pero que ha quedado acuñada de la misma forma que quedó aquella otra bien conocida “Irse por los cerros de Úbeda” al igual que quedó la expresión de “irse por los cerros de Úbeda”.