Corrupción en serie

20 may 2017 / 11:21 H.

“El Príncipe sabe que es más seguro ser temido que amado”.

Nicolás Maquiavelo

Enormes castillos de naipes caen y se desparraman estos días por las páginas de los periódicos. Eso de fabricar ídolos se nos da rematadamente mal, ya sea en Eurovisión o moldeando liderazgos políticos. Al final, con todo el escenario montado y las luces enfocándonos, se escapa el gallo. La nota estridente chirría, pero comenzamos a acostumbrarnos —con el peligro que eso conlleva— a que den el cante. Cuando parecía que los “ochomiles” de la corrupción estaban catalogados, medidos y dispuestos para que los jueces glosaran sus hazañas, afloran nuevas cimas corruptas. Como si fueran placas tectónicas el movimiento soterrado de un caso colisiona con otra trama y acaba aflorando otra montaña de basura. Por momentos parece que todo esté construido sobre esa base corrupta, como si fuera imposible escaparse del tufo. Roberto Saviano, en “Gomorra”, relataba cómo la mafia construía urbanizaciones sobre vertederos. Negocio redondo, de principio a fin, con recalificaciones para todos.

En nuestro inestable suelo patrio, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, tiene un evidente problema de visión. Con la edad perdemos capacidad de enfoque y así nuestros ojos no ven con nitidez las cosas cercanas. Su presbicia política le hará declarar, en breve, por la trama Gürtel. Los inescrutables caminos en la financiación del PP son variopintos, pero la mayoría, legales e ilegales, acaban en Génova. Si damos por bueno que era ajeno a los desmanes del equipo, habrá que afearle, al menos, el descontrol del director deportivo. Análisis en clave “Marca”. El presidente prestará declaración por videoconferencia, en plasma, en un medio al que está acostumbrado, aunque, en esta ocasión, tendrá que responder a las preguntas.

No hay viento favorable económico que pueda disipar el olor a podrido. Se puede acusar a la Unidad Central Operativa (UCO) de excesos narrativos, a la prensa de ejercer como tal y publicar el relato de los hechos, pero, a la postre, y con perdón, Arquímedes y la mierda.

Bien haría el fiscal general del Estado, José Manuel Maza, en apretar para que la Justicia cuente con suficientes medios y los jueces puedan coronar las montañas de basura que deja la política “marca España”. Sin embargo, se afana en la idea, quizá para dar voz jurídica a una corriente política nada edificante, de que habría que penalizar a los periodistas que violen lo secretos de los sumarios. Como si los periodistas no tuvieran suficientes penas ya que contar, incluidas las propias. Es el caldo de cultivo propicio en el que el medio es el problema, de ahí a agredir y amenazar, por ejemplo, a quien cubre la huelga encubierta de los estibadores media un cabreo.

Ahora que los partidos mueven sus ramas en busca de brotes verdes, savia nueva, junto al certificado de penales estaría bien mirar el currículum y hacer entrevistas de trabajo. Max Weber escribía en uno de sus ensayos sociológicos que se puede vivir para la política o de la política. Lo de la vocación por el servicio, por el fin superior, está en los orígenes, aunque se pueda acabar, y es humano, convirtiéndose, simplemente, en un medio para sobrevivir. Un trabajo más. Pero la fauna que hoy abre los informativos tiene la voracidad de arramblar con todo lo público, sin decoro, y llegados el caso tirar de amistades, para dilatar procesos, encubrir y engañar en segunda vuelta.

El rostro tenso que nos vigila es el de Tom Kane, alcalde de Chicago, en la serie Boss. Una certera oda a las ansias de poder, a mantenerse en lo alto a toda costa, sin aprecios personales; a la corrupción con acceso directo a la Alcaldía; a los medios y sus miedos. Causa tanta zozobra esta escenificación de la corrupción creíble, que el público solo aguantó dos temporadas. Cansancio de tema, no de tramas.