Celebrar la primavera

29 mar 2018 / 08:30 H.

En un país calvinista esto no sucedería. Voy por una calle y me encuentro rodeado, no es el olor a incienso ni a cirios, no el redoble de los tambores o los pífanos y las cornetas. En medio de este marasmo, de este trajín de nazarenos, las procesiones te han atrapado. Sin escapatoria. Como el Prendimiento de Puigdemont, en Málaga, o la Processó dels Mesteres, conocida como Procesión del Silencio, en Badalona, la más antigua de Cataluña (1627): ambas podrían simbolizar lo que allí sucede. Nuestras tradiciones, sin embargo, apenas tienen cuarenta años con la intensidad que hoy se viven, y la democratización también se aplica a este fenómeno de consumo de masas, aunque se hace necesaria una lectura antropológica que nos explique de dónde venimos. Quizás así sepamos adónde vamos. Habría que remontarse al final de la Edad Media y a la sustitución de los ritos paganos por el cristianismo, y al fin de los sacrificios animales. Siglos antes, en la época de Jesucristo, los sacrificios humanos habían dejado de ser comunes, comenzaban a sustituirse por animales, pero se poseía memoria de lo que supusieron. Independientemente de que las discusiones acerca de si Jesús existió, y que esté suficiente probado que no... ¿qué hizo el cristianismo? A través de la sustitución de la carne y la sangre por el pan y el vino, en el misterio de la transustanciación, el nuevo credo espantó la mala conciencia de haber matado al prójimo, estableciendo otro vínculo religioso en el que se execraba el canibalismo. El cristianismo, ya sabe, aspiraba a mucho más, a eliminar las injusticias sociales, por eso se suele decir grosso modo que fue el primer comunismo. Los ritos orgiásticos, dionisiacos, y las religiones mistéricas, con sus arcanos, recogieron este legado. Orgías y catarsis formaban parte de cualquier purificación, que poseyó el cuerpo como parte central del proceso, en su transformación. Así que vamos desde el canibalismo hasta los ritos orgiásticos, desde la transustanciación hasta el éxtasis místico, siempre pasando por ese momento de inmensidad de placer, de pérdida de la conciencia, de dejarse ir, que conlleva la petite morte. La mística es la reforma más elevada y sutil de cualquier ejercicio espiritual, qué duda cabe, y el cuerpo no es ajeno. Recordamos, con Georges Bataille en Las lágrimas de Eros, que estamos abordando un “momento decisivo de la vida humana. Al rechazar el aspecto erótico de la religión, los hombres la han convertido en una moral utilitaria... El erotismo, al perder su carácter sagrado, se convirtió en algo inmundo...”

Releyendo a Bataille, nos damos cuenta de la fachada que supuso el cristianismo con todas sus buenas intenciones, y lo que supone en nuestros días. Ya sabe que con las mejores intenciones y propósitos se llega a veces a los peores resultados. La religión es el peor invento de la Humanidad, y algún día desaparecerá de la faz de la tierra, cuando el hombre se libere de una esclavitud más, una de tantas a las que está sometido, por su propia maldad... Yo, por lo pronto, en esta calle atascado, me entretengo pensando en que ha llovido mucho estos días, que el cambio climático está tardando más de lo que dicen, y que tras tanta agua buena han venido unos excelentes días de sol. Hay que aprovechar, me repito. Celebrar la primavera, la renovación de la vida a través de los ciclos vegetales.