Cataluña versus Espanya

26 oct 2017 / 10:23 H.

Hasta la consecución del Mundial 2010, la bandera de Espanya no fue de todos, y los republicanos no nos hemos sentido orgullosos por los símbolos en los que tendríamos que vernos representados. No sucede lo mismo en Francia, espejo en el que deberíamos mirarnos por las mañanas al despertar. Hace más de dos siglos hizo su revolución mientras aquí se gritó “¡vivan las cadenas!”. Nuestra actual articulación territorial ha tenido contentos a los ahora descontentos, llegando a alcanzar más poder que responsabilidad. De un modo u otro, durante décadas se estuvo preparando este asalto, y parecía una idea lejana. Ya sin máscaras, hay que decir que en Europa no solo habrían solucionado el mismo conflicto bastante antes, sino con muchos más palos. Luego se quejan, en su larga e infinita cadena de agravios y victimismos, aunque las versiones que hablan de sutileza, diálogo y sentido común, el olvidado “seny”, se equivocan. La democracia debe abordarse de manera radical y no ceder un ápice de legalidad. Nos guste o no, esto es lo que hay. Lo malo son las expectativas creadas a esa gente que se creyó —o le hicieron creer— que tiene derecho a decidir, que los catalanes son distintos a los españoles y que pueden independizarse, si lo estiman oportuno, eso sí, dependiendo de las arbitrariedades de ciertos políticos que, como se ha demostrado, estaban más por la labor de tapar sus propias e impopulares medidas neoliberales y recortes sociales durante la crisis, junto a la corrupción generalizada de varias décadas, que por fomentar un verdadero estado de bienestar. El independentismo —la coalición contra natura Junts pel Sí, los iluminados de la CUP— ha servido como cortina de humo: tras el mal trago, la realidad emerge crudamente, y la gente quiere tranquilidad, vivir sin polémicas y evitar los conflictos. Se prefiere el beneficio mutuo. Concretamente en esa relación sentimental de cada uno con lo espanyol y lo catalán, familias, amigos o trabajo, no solo se trata de una educación formal y reglada, es decir ese adoctrinamiento que, claro, ha cumplido su papel. A ver. Incluso si en Cataluña se prefiere el espanyol como primera lengua, como de hecho lo atestigua la última encuesta de usos lingüísticos de la población realizada por la Generalidad, lo cual no extraña, ni se puede comparar; el catalán nunca ha estado tan protegido o fomentado, a pesar de que lo instrumentalicen hasta la saciedad. Un idioma crea vínculos identitarios y vertebra las comunidades... iba decir “pueblos”, pero esa noción ha quedado desfasada. Me refiero a la gente de a pie, a sus expectativas, a lo que les han hecho creer, al sentimiento alimentado, y no solo desde las escuelas. No podemos olvidar que en su bilingüismo se funda su riqueza y su cultura, lo reconozcan o no. Todos los que amamos esa lengua y su poesía, su literatura y sus tradiciones, nos alegramos de ese mestizaje secular. Cataluña necesita dar un paso adelante frente a la catetez. El entendimiento forma parte del carácter de un territorio abierto desde su nacimiento como Marca Hispánica en la Edad Media, en intercambio con los francos, y no de una cerrazón regionalista y cicatera, anacrónica y paleta. No solo hablo de una cuestión económica, que también, y además de eso sabe mucho tradicionalmente Cataluña. Lo escribo a la espanyola, igual que escribo “Londres” y no “London”.