Cataluña en el bucle

14 sep 2017 / 10:20 H.

Como en La gran zanja, de Astérix, a más de uno le gustaría cavar un largo foso que separase Cataluña del resto del Estado. No son pocos, también, los que quieren que se aplique cuanto antes el artículo 155 y que se suspenda la autonomía. Que entre el ejército a poner orden, y todos a la cárcel. A largo plazo, hay que imaginar lo que supondría un eterno proceso judicial que inhabilite —un poner— a 1.000 personas, pero a corto plazo, y por la vía de la fuerza, el gobierno español no quiere mártires, pues aumentaría la ola secesionista. Mucho se habla. Nadie sabe qué va a suceder. Hay gente que no desea que se suspenda nada, pero tampoco que se continúe con el esperpento. Entre estos me encuentro yo. No se puede borrar de un plumazo el statu quo y saltarse a la torera las leyes, más sabiendo que allí se prohibieron las corridas. Curiosamente los hijos de los charnegos —mano de obra barata desde los años 50 hasta los 70— son los más independentistas, esos que sufrieron la exclusión y la xenofobia, como en la genial novela Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, ahora que la migración proviene de fuera. Se aferraron a la identidad catalana como a un clavo ardiendo, y sin duda lo necesitaban, hijos de nadie. El juego, no obstante, se lo hicieron a la burguesía, esa que en el siglo XIX se decantó —antes nunca importó demasiado, y si no que le pregunten a Fernando de Antequera— por el catalán frente al español, y que forjó en torno a esa lengua una cuestión o conflicto “nacional” que no deja de ser cultural, y más aún económico, pues le pese a quien le pese, no todas las lenguas poseen un Estado. En qué mundo viviríamos. Quizá late la aspiración maquiavélica de una lengua, un Estado, teniendo en cuenta que El Príncipe estaba inspirado en —y dedicado a— Fernando el Católico, rey entonces de Aragón. Pero el nacionalismo viene del siglo XIX, no lo olvidemos. Mucho se habla y opina. Admiro la cultura y la lengua catalanas, leo a sus poetas y me encantan sus tradiciones. Sin embargo necesito oxígeno, salir del bucle de las mismas conversaciones y discusiones. Soy de izquierdas, español por inercia, y duele la instrumentalización del idioma, el falseamiento de la Historia —estudiar Historia de Cataluña como asignatura, y no Historia de España— que se ha impuesto allí como doctrina durante décadas, los lavados de cerebro. La derecha que ahora es independentista y anteayer no lo era, sólo quiere tapar con ese cambio la corrupción generalizada interna y achacar los recortes neoliberales de la crisis al resto del Estado, sintiéndose —cómo no— humillada y ofendida. Aunque la derecha española ha hecho mucho para alentar el independentismo, no escurramos el bulto. Podemos sigue con la línea de IU, fragmentado y sin discurso claro, destinado a un papel secundario... Bueno. Que conste que Viriato no luchó contra los romanos por España, ni la virgen de Covadonga intervino a favor de la unión peninsular. Jordi Savall ha dicho hace poco que “Els Segadors” es un himno inapropiado, con hoces y violencia. Por cierto, de finales del XIX, basado en un romance del XVII. Tomen nota. Los sentimientos son muy respetables, sobre todo los individuales. De los colectivos hay que sospechar como método, porque no son inmutables o esenciales. Llevamos tiempo asistiendo a una manipulación deleznable y, en esta ocasión, no lo es menos.