Carmen Jiménez, in memoriam

26 nov 2016 / 11:37 H.

El pasado 20 de octubre fallecía en Sevilla Carmen Jiménez Serrano; escultora de destino y, probablemente, desde Luisa Roldán (“La Roldana”, Sevilla, 1652; Madrid, 1705), la mejor y más cabal escultora nacida en tierras de la España sureña. Nacida en La Zubia, Granada, el 21 se septiembre de 1920, a cuya larga trayectoria docente tampoco le encuentro par en nuestros días. De familia modesta, esta recia escultora, mujer de buen temple y ejemplares maneras en cuantas actividades cultivó, incluida la pintura; creció en años azarosos y hubo de sortear no pocas vicisitudes que no encuentran sitio aquí; sin embargo, aquel navegar por las aguas procelosas que envolvieron aquellos años templar su condición de artista hasta hacer de su mirada un concepto de territorialidad en que vida y arte son la misma cosa.

Iniciada en la Escuela de Artes y Oficios de Granada cuando escasamente había cumplido poco más de dos lustros de existencia, la jovencísima Carmen, como era costumbre decir por aquellas calendas, prometía y, ciertamente, lo hacía de tal manera que enseguida hubieron de hallarse medios suficientes para su traslado a Madrid con el propósito de ampliar estudios en la entonces Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Sí, ciertamente, tras aprobar la pertinente y dura prueba de ingreso, evaluada positivamente con fecha 20 de mayo de 1941, la joven obtuvo una beca hasta concluir su carrera el año 1946, justo en un entorno donde, entre otros artistas, tiene como condiscípulos a los pintores Miguel Pérez Aguilera Linares (Jaén, 1915; Sevilla, 2004) y a José Guerrero (Granada, 1914; Barcelona, 1991); año que, entre otras cosas, decide su avecinamiento definitivo en Sevilla; ciudad en la que ha desarrollado toda su carrera docente como profesora de la entonces Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría (hoy Facultad), iniciada el día 24 de abril del citado año, por cuyas aulas y al abrigo de su incuestionable magisterio, ha pasado la nómina de los más importantes escultores formados en Sevilla durante la segunda mitad del siglo XX. Casada con el también magnifico escultor Antonio Cano Correa (Guajal, Faragüit, Granada, 1909; Sevilla, 2009), con el que tuvo tres hijos, Antonio, Miguel Ángel y Mari Carmen, la escultora que aquí nos ocupa logró prestigio e importantes galardones entre los que destacan los siguientes: con solo dos decenios, en 1951, obtuvo el primer premio Nacional de Escultura. Fue nombrada Académica de Número de la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla y, no ha mucho tiempo después, Académica Correspondiente de la granadina Academia de Bellas Artes Nuestra Señora de las Angustias; institución que, el año 2010, distinguió a Carmen Jiménez otorgándole la Medalla de Oro de las Bellas Artes; esto es, un año antes de recibir la Medalla de Honor de la ciudad de Granada por su labor docente y por su incuestionable condición de magnífica escultora, entre cuyas obras domina el desnudo femenino, el retrato, y la recreación de modelos jóvenes. Todo ello atendido por un enorme respeto a la forma figurativa, concebida mediante modelado de gran suavidad y paradójica decisión en lo táctil. Resultados que, sin embargo, nos dejan transitar por el concepto de volumen donde la insinuación marca la distancia con respecto a la posible cercanía que, su día, pudo tener con respecto a la obra del ejemplar escultor Enrique Pérez Comendador, (Hervas, Cáceres, 1900: Madrid, 1981); en buena medida, tutor de Carmen Jiménez; cuya inicial vocación pictórica inclino hacia la escultura el estupendo maestro extremeño.

Artista significada y, desde luego, muy significativa; calculadamente instalada en la tradición de la modernidad; cuya obra nos acerca a un universo de ternura y también, claro que sí, en la ternez que habitan sus recias y al tiempo frágiles obras, contemplables, entre otros lugares, en el Museo de Bellas Artes de Sevilla con Juanito. Se trata de una pieza en barro cocido, realizada en 1948, que sigue manteniendo su poder de seducción y frescura intactos. El viento es otra de sus numerosas obras; está realizada en poliéster, se puede admirar en el patio del Rectorado de la Universidad de Sevilla. Madrid también cuenta con obra de esta escultora, tales como Las dos Edades, conservada en Museo de Arte Contemporáneo, y Eva, propiedad del Círculo de Bellas Artes de Madrid, cuya medalla le fue concedida por La danza, actualmente en la Biblioteca de la Universidad de Granada. Escultora que también cultivó la pintura; cuyas estimaciones más notables, tanto de estudiosos como de compañeros y alumnos, figuran en el libro Carmen Jiménez, publicado en Sevilla, en 1995, bajo el sello de Editorial Rever.

Parafraseando a Antonio Zambrana (Sevilla, 1944), catedrático de pintura en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, primero alumno y luego compañero de claustro de esta artista nacida en tierras granadinas: “Es muy difícil sintetizar el quehacer de doña Carmen Jiménez en el pequeño espacio de unas líneas, dada su dimensión humana y artística. Profesora excepcional, con una gran capacidad de transmitir y de convencer. Con ella aprendí a conocer las formas en las tres dimensiones, y apreciar completamente a Miguel Ángel, y a sentir escalofríos cuando el espacio se delimita con luces y sombras, con contornos depurados y curvas suaves, que asoman la ternura y el sentimiento”. “Como artista, doña Carmen muestra una serena madurez que alcanza con sus apreciadas obras a museos de fama internacional. Su trayectoria siempre ascendente está llena de Premios, medallas, menciones honoríficas, que indican su facilidad en llegar y transmitir con su obra, de técnica depurada y sensibilidad extrema. Pienso que para apreciar completamente la obra de doña Carmen es necesario conocer su extraordinaria dimensión humana. Su ternura la plasma en sus figuras. Su sensibilidad se transmite en sus obras. Su arte llena el espacio que nos envuelve. Su categoría y sus conocimientos forman artistas de verdad. La institución universitaria necesita de profesoras como ella, y así queda constancia al nombrarla la Universidad de Sevilla, una y otra vez como profesora emérita de su claustro”.