Carboneros

02 ene 2019 / 13:16 H.

Dice un proverbio cristiano: “Dios le da pan al que no tiene dientes.” En la organización y el progreso de los territorios ocurre con demasiada frecuencia. Cuando se cuenta con los medios para algo y la incapacidad de aprovecharlos, llevándolos a buen término, anula las canastas de pan, por abundantes que éstas sean, ante los ojos acaban diluyéndose hasta el punto de su invisibilización. Carboneros, colonia de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, situado en un enclave privilegiado: el eje de la A-4, cuyo censo asciende a 630 habitantes. Simplemente, con estos atributos esta población podría ser la que gozara de la renta per cápita más alta de todo el país de las Españas así como del nivel de calidad de vida más elevado. ¿Imaginan distintas poblaciones de otras latitudes que tuvieran a su disposición tales recursos? A veces, quien lo tiene todo hecho para activar el esplendor lo ignora, tal vez, por propia voluntad o por voluntad impuesta. Carboneros cuenta con un polígono “industrial” infrautilizado... Por qué. ¿Imaginan que sus 630 habitantes desde la renovación podrían hasta gozar de una democracia participativa en la gobernanza de su ayuntamiento decidiendo su política municipal y dónde emplear el dinero? Todo, y más, en memoria de los colonos de centro Europa que fueron sus primeros pobladores: es una deuda histórica a saldar desde la propia dignidad de los carbonerenses con sus antepasados que, desde la esperanza, su generosidad y trabajo: legaron sus 58 kilómetros cuadrados, colmados de privilegios, a sus descendientes. Descendientes que, en la contemporaneidad del tiempo se conforman con las migajas de las políticas de turno que fomentan el paisanaje de color que les otorga el privilegio de la prebenda de peonadas que podrán repetir para, meramente, ir “tirando”. Varios miles de kilómetros separan a centro Europa de Carboneros; desarraigo, dolor y sufrimiento albergados por la esperanza de dignificar sus vidas fueron cada uno de los pasos que dieron aquellas personas valientes, en el siglo XVIII. Dos siglos y medio después, la sangre colona que corre por las venas de sus pobladores actuales, ejerciendo el derecho de herencia, latente, clama vida para continuar sus pasos hasta situar al “último” carbonerense en la meta.