Cada maestrillo tiene su librillo

25 mar 2019 / 10:25 H.

Un buen plan diocesano para seis años en Jaén. El obispo de Jaén, Amadeo Rodríguez, en el ecuador de sus cinco años de ministerio episcopal en Jaén (pues en marzo de 2021 presentará la renuncia al Papa por cumplir los 75 años), no muestra desinterés ni cansancio ante el reto evangelizador que se propuso al llegar a la diócesis en 2016, ni deja de alentar a vivir el “Sueño Misionero” como motor evangelizador de la Iglesia que peregrina en Jaén. No es fácil diseñar objetivos y medios de un Plan Pastoral en una diócesis como la nuestra de 13.489 kilómetros cuadrados; con un censo que ronda entorno a los 650.000 habitantes y que, si comparamos con la población de 1970, 661.146 habitantes, habitantes tras la sangría migratoria no debiéramos ser alarmistas, pues en los últimos 50 años solo hemos perdido unos diez mil. Diócesis que coincide territorialmente con el espacio provincial tiene 201 parroquias agrupadas en 15 arciprestazgos. Hay 196 sacerdotes diocesanos, si bien un elevado porcentaje está jubilado o enfermo; cuenta con dos diáconos permanentes y con la ayuda de los 40 sacerdotes religiosos destinados a la diócesis, además de 13 sacerdotes de la Prelatura del Opus Dei. La media de edad del clero diocesano se sitúa alrededor de la media nacional, 65 años. Tiene 20 comunidades de vida religiosa contemplativa y 37 de vida religiosa activa.
Un ilusionado obispo para seis años. Y a esta diócesis, en mayo de 2016, desde Plasencia, tras no pocos desengaños de esos que se quedan para la historia de las altas esferas, llega a Jaén, una gran diócesis, pese a lo que se crea en otros lugares. Y llega con fuerza y sabiendo que con fecha de caducidad, seis años, pero con el espíritu renovado. Pero, como cada maestrillo tiene su librillo, don Amadeo, como sus antecesores, también lo tenía. Solo hay que comparar el Plan Pastoral que se trabaja en Jaén con el que, entre 2011 y 2014 realizó en Plasencia. No es tarea fácil. Él mismo lo dijo en marzo de 2015 en columna habitual en la revista diocesana placentina. Decía: “No es fácil reconocer que envejecemos. La historia colectiva de los pueblos y la individual de cada persona está llena de fracasos por no haber sabido reconocer que algo viejo hay que superar y, por supuesto, que algo nuevo está pasando (...) Seríamos muy torpes y necios si no estuviéramos atentos a lo que decae, para abrir espacios a lo que se va abriendo”. Justo un año después, en 2016, tuvo que hacer las maletas y venirse a Jaén y aplicarse el cuento; y hacerlo, como lo hizo, con elegancia y arte. Y se entregó ofreciendo un Programa Pastoral, basado en el ya ensayado con éxito antes. Confieso que es un proyecto, sencillo y con sentido común, aunque con ciertas extravagantes propuestas de acción. Como decía, el nuevo obispo traía en la maleta su plan para fecundar la vida de la Iglesia local. Llegó en mayo de 2016, y ya en otoño lanzaba la propuesta: “En camino hacia el sueño misionero de llegar a todos”. Calentados los motores, en 2017, daba un paso más: “Anunciar la alegría del encuentro con Jesucristo”. Se hizo una epidérmica consulta, sin diálogos serenos, llegando incluso a utilizar el medio de poner cruces a formularios preconcebidos, con su trampa. El sistema de consulta a la diócesis fue epidérmico, sin plazos ni tiempos adecuados para un serio dialogo, llegando incluso a realizar consultas poniendo cruces como respuestas a un formulario. Ya estaba todo listo para celebrar la Gran Misión Diocesana en el curso 2018-2019. Y, cuando llegue el curso 2019-2020, las conclusiones y las despedidas.
Sr. Obispo, no arregle lo que no está roto. Buen plan, no lo dudo, para un quinquenio, pero que no debiera, en sus conclusiones, meterse en berenjenales ni dejar charcos innecesarios. Como esa restructuración que se pretende hacer del organigrama diocesano con conceptos que el obispo tiene muy claros pero que en Jaén necesitan tiempo para ser asimilados y evitar que con esas llamadas “unidades pastorales” surja la bicefalia. Pero lo más preocupante es que, desde que se empezó a hablar de esto último, se dejó de hablar más de lo primero, la misión.
No ha habido obispo en los últimos 70 años que no haya hecho su propia cartografía jurídico-pastoral nada más llegar, aunque no tuviera ni idea del mapa, pero siempre había algún clérigo caritativo para aconsejar. Uno de los pecados de los obispos es olvidar que están de paso y que deben seguir el viejo consejo de que “no arregles lo que no está roto”. Cada uno de los últimos cuatro obispos hicieron su mapa, como éste pretende hacer. Ramón del Hoyo, siguió el tradicional, división por arciprestazgos; García Aracil, puso patas arriba el mapa y creó cinco Vicarias Episcopales, concediendo amplios poderes de virreyes a los vicarios, aunque todo atado y bien atado. Para el Obispo Peinado lo importante era la parroquia y el arciprestazgo, aunque se dejó convencer para crear zonas pastorales, que solo servían de marco lúdico y festivo. Dejo, al final, al obispo Romero Mengíbar, el primer promotor de la renovación conciliar en la diócesis; la más importante de todas; y la nuclear. Volvió renovado del concilio y no tardó en comenzar la reforma, creando 11 zonas pastorales que agrupaban a los 22 arciprestazgos y puso al frente a un Vicario de Pastoral. Y fue avanzando rodeándose de un equipo de sacerdotes preparado y joven, entre los cuales estaban Muñoz León, Martínez Cabrera, Pedro Cámara, Andrés Molina. Emilio López, Manuel Martel, José Arriaza, Manuel Caballero, Antonio Ceballos y Esteban Ramírez, un joven y bien preparado sacerdote a quien confió todo lo relacionado con la labor social y caritativa de la diócesis. De sus manos salieron importantes estudios, algo que tanto gustaban al prelado y, entre los que están algunos como “Datos para una aproximación al conocimiento de la diócesis de Jaén”; “La incidencia de la emigración en la pastoral de la diócesis” y las respuestas del clero para la Asamblea Conjunta Obispos-Sacerdotes celebrada en Madrid en 1971en como dos sacerdotes, uno representando a Granada, Miguel Peinado; otro a Valencia, García Aracil. Les adelanto lo que ya saben pasará: lo que tan repetido está, tomado del Gatopardo de Lampedusa: “Algo tendrá que cambiar para que nada cambie”.