Black despilfarro

05 dic 2019 / 09:07 H.
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A Greta Thunberg, la activista medioambiental sueca de 16 años, que cumplirá 17 el próximo mes de enero, y tal como manifestaba ella misma hace escasos meses, los políticos y mandatarios internacionales le han robado la infancia. En su emotivo —y cargado de patetismo— discurso ante la ONU, vimos a una adolescente medio enrabietada y medio llorando, denunciando no solo el cambio climático y la situación insostenible del mundo, sino la desilusión y el robo de sus sueños, que ahora han empezado, quizás, a contrastar con la realidad. Bueno, Greta, me apena decírtelo así, pero bienvenida al bulevar de los sueños rotos, que cantó el maestro. A lo mejor en sus ingenuas expectativas de púber creyó alguna vez que iba a cambiar las cosas, que de verdad habría una revolución ecologista, que los gobernantes de los países ricos iban a tomar medidas efectivas, y que se revertiría el calentamiento global. Lo siento mucho, Greta, pero deberían habértelo advertido. Toda una aventurera, sin embargo. No deja de ser curioso —y hasta paradigmático— que esta chica escandinava, rubia adinerada de ojos azules, falte a sus clases obligatorias en la escuela para ir a la huelga, que se haya vuelto vegana como manera de protesta, que cambie su estilo de vida —y el de sus padres— para reducir su huella de carbono, que decida no viajar en avión para evitar emisiones de CO2, y que por consiguiente surque el Atlántico en catamarán, auspiciada por los anfitriones del velero, influencers y youtubers australianos que se ganan las habichuelas generosamente con las redes, y no me refiero a las de pesca. Contradicciones y perlas de la modernidad.

Dicho esto, y que conste que es absolutamente urgente intervenir ante la trágica coyuntura del cambio climático, e insto —sin demasiada fe, una vez más— a la concienciación y a la toma de partido; dicho esto, no creo que el mundo tenga remedio. Ni que de la Cumbre de Madrid salgan más que bonitas declaraciones. Poco más. El ser humano se encamina —sin pasar por la casilla de salida, como en el Monopoly— hacia su propia extinción, su propia perdición, y hace falta un milagro a estas alturas para detener la catástrofe. Aunque no sabemos bien si sería una catástrofe, porque igual, con la extinción del hombre, la aceleración climática y la evolución de las especies, se daría paso dentro de millones de años a una nueva etapa y a lo mejor entonces se vivirá en armonía con la naturaleza. Eso si logramos dejar en algún disco duro en una caja de seguridad la información relativa a cómo deberán hacer esas generaciones venideras, que de tan lejanas en el tiempo ni imaginamos. Solo a lo mejor, porque me temo que acabarán cometiendo los mismos errores...

Y qué más da. El descabellado espectáculo de esta navidad, al igual que en los últimos lustros, ante el despilfarro de los alumbrados urbanos, tan innecesarios, el pique paleto de los alcaldes de Vigo y Madrid, y los niveles de absurdo, no tiene parangón. Adónde vamos a llegar, no se sabe. Seguramente habrá mucho más. El pistoletazo de salida de los fastos no solo viene marcado por el Black Friday, ese disparate consumista apenas importado de Gringolandia, sino que desde inicios de noviembre ya nos meten la navidad hasta en la sopa, sin más objetivo que vender y comprar, consumir y consumir. El summum del derroche y lo superfluo elevado a la enésima potencia.

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