Benditas almas

08 jun 2016 / 17:00 H.

Se lo llevo diciendo desde hace mucho tiempo a mi mujer: “Nena, tú no sirves para la política”. Mi casa es grande, trece habitaciones llenas de todos esos menajes, cacharros, recuerdos, adornos y zarandajas que se van acumulando a lo largo de los años. Pues si alguno de los siete que formamos la familia mueve un vaso de lugar, ahí está mi mujer preguntando qué ha pasado con el vaso. Así no se puede entrar en política, donde nadie sabe dónde está algo ni se entera de nada. Se pierden cientos de millones de euros y ningún político, ni el más responsable, se ha enterado. Mi mujer iba a aguantar una cosa así. Ella no dejaría títere con cabeza hasta no saber qué ha sido de cada euro. Ella es así, qué le vamos a hacer.

Nada que ver con Rajoy, Chaves, Griñán, Rita, Esperanza, la Infanta Cristina, Pujol y un largo etcétera de personas ilustres, responsables de velar por el bien de los españoles y que se han pasado la vida mirando para otro lado. Lo que se dice unas benditas almas a las que se suman esos cientos de defraudadores “involuntarios” que han engañado al fisco sin saberlo. ¡Qué cara más dura! Seguro que si esos amaños monetarios les hubiesen sido negativos, adversos, se habrían enterado al momento de qué pasaba con su dinero.

El colmo de esta bendita candidez de la ignorancia supuestamente fingida lo ha puesto Leo Messi. Cuesta entender que un futbolista como él, considerado, con razón, el mejor jugador del mundo, que gana el dinero a espuertas porque, como el rey Midas, todo lo que toca se convierte en oro, caiga en esta tentación que ensucia su imagen y emborrona su prestigio.

Durante su declaración ante Hacienda, me sublevaba verle la cara y decir con ese tono bobalicón “mi papá” por aquí y “mi papá” por allá. No sé qué hubiera sido de Messi se hubiera tenido que ganarse el jornal dando conferencias. Creo que una figura del deporte como él, que tanta admiración despierta y tanta ilusión infunde en los niños, caiga en esta tentación de defraudar por la ambición de tener lo que para él significa solamente un puñado de euros más.

Algún ciudadano, por gastar 90 euros con una tarjeta robada, está en la cárcel. Defraudar millones por lo visto se considera un arte y goza de más indulgencias. Son cosas de papá, los socios, los maridos, los asesores y nadie se da por enterado.