Basta ya de eufemismos

12 oct 2017 / 10:08 H.

La inestabilidad, el derrumbe de los índices bursátiles, la desconfianza mercantil en los productos catalanes y el traslado de las empresas a otras ciudades, tiene sus consecuencias más allá de los gestos políticos. Ha tomado cuerpo un Romanticismo entendido à rebours —fuera de lugar y de tiempo, lejos de la bella Renaixença— a partir de un regionalismo de finales del siglo XIX que, por cierto, entonces se enorgullecía a la vez de ser catalán y de pertenecer a un Estado español fuerte con el que pactaba, negociaba y en el que influía. Pero ahora este nacionalismo agresivo se contrapone al proyecto europeo. Sin duda que Franco lo alimentó, aunque al contrario de lo que se suele pensar, Cataluña fue una aliada férrea del Régimen que —cuando le convino, y como el resto del país— pasó de ser franquista a antifranquista tras la muerte del dictador. No es de extrañar. La Cataluña milenaria posee una larga historia de identidad cultural movida por una lengua de prestigio literario. Otra cosa distinta es la consolidación de un Estado. No debemos confundirnos. El populismo siempre ha sido deleznable, utilizado por los demagogos para prosperar en las crisis, esos ciclos del capitalismo en los que también siempre salen perdiendo los mismos. A partir de aquí se perfilan las consecuencias para los próximos meses, años y elecciones. No es que quiera hacer de agorero —luego ya se sabe lo que pasa con los sondeos— al afirmar el desplome en los próximos comicios de Podemos. Está cantado, la gente no quiere un partido que diga en Jaén una cosa y en Lérida, otra. Tampoco gusta su oportunismo cainita de desestabilización. Al igual que IU, está cometiendo los mismos errores de ambigüedad en el discurso. Bajarán al 10 %, y bueno, me puedo equivocar, pero esa es la sensación que tengo. El PSOE sale muy reforzado y, a la espera de recuperar el poder, se postula como un partido con capacidad de tomar decisiones de Estado, anteponiendo la Razón de Estado a cualquier eventualidad o desorden. También el españolismo dentro y fuera de Cataluña se robustecerán, al igual que el PP y Ciudadanos. Por su parte, el nacionalismo catalán retrocederá. En cualquier caso, aquel que le ponga el cascabel al gato asumirá el verdadero desafío de solucionar el tan cacareado encaje de España, una articulación en la que se acaben los privilegios de vascos y navarros, o se module una configuración federal, que traduciéndolo al catalán sería un muy conveniente pacto fiscal. El sionismo catalán no podrá comprenderlo, incluso sabiendo que siempre fueron mejores en economía que en política, como los israelitas. No obstante todo, la situación no puede ser más grave. Nos están exponiendo a una serie de eufemismos que hace falta desenmascarar. Basta ya de paños calientes y palabritas simpáticas. El nacionalismo de una minoría ha roto la convivencia de la mayoría, ha balcanizado las familias, ha minado los barrios y despedazado los pueblos. No hay mediación posible. No hay diálogo posible. La ruptura ha sido radical, y las excusas se han trufado de esperpento. ¿Declaración de independencia en diferido, a plazos, en suspenso? ¿Una comedia bufa? Eufemismos. Pero más bien me recuerda al teatro del absurdo, a los personajes hablando individualmente sin escucharse los unos a los otros, exhortándose sin sentido. Así van las palabras precipitándose al vacío.