Balance de un año histórico

10 ene 2018 / 08:59 H.

Dejando a un lado lo personal que puede matizar lo general, podemos concluir que el nefasto 2017 pasará a la historia que se recoge en los libros. Atendiendo a los dos ámbitos decisivos para esa significación, se podría decir que política y climatológicamente ha sido un año de infarto y desastroso. En política hemos visto cómo las más altas instituciones de Cataluña, sin contar siquiera con la mitad de los votos del electorado, pero arrogándose la representación de todo el pueblo catalán, han intentado un golpe de estado proclamando la independencia. Resulta que era de mentirijillas, dicen ahora algunos de esa pandilla de alucinados que han acaudillado la intentona para eludir el peso de la justicia. Porque no se les puede tildar de otra cosa sino de visionarios locos y mentirosos, capaces de arrastrar en sus visiones a una gran masa de catalanes, beoda en su narcisismo, en contra de la evidencia de que ni son mayoría ni ningún estado está dispuesto a reconocer ese disparate. Han logrado, eso sí, dejar parte de su prosperidad y una sociedad dividida, como ha quedado demostrado en las elecciones del 21 de diciembre, que auguran nuevos sobresaltos y enfrentamientos. Este asunto, sin embargo, no deja de ser el árbol que nos oculta o entorpece ver un bosque mucho más alarmante por lo inexorable a largo plazo, como es el cambio climático. Solo a otro alucinado interesado, como el presidente de los EE UU, se le puede ocurrir negarlo a pesar de los muchos desastres que viene provocando en su mismo país. En el nuestro, sus secuelas están dejando panoramas angustiosos: temperaturas máximas que marcan hitos históricos en cualquier época del año, ríos secos e incendios catastróficos en la España húmeda en plena estación lluviosa, pantanos bajo mínimos por doquier. Imágenes de una sequía que se reparte por igual. Y lo más preocupante de este temible bosque es que los gobiernos no ponen todo el empeño ni para solucionar ni para paliar el problema, y la sociedad, ciega en su insensato hedonismo, tampoco les apremia. Esperaremos a que no salga el agua por nuestros grifos para poner el grito en el cielo.