Dígame, ¿qué le debo?

23 jul 2016 / 23:14 H.

La realidad económica de nuestros días es tema recurrente ya sea en informativos matinales, tertulias nocturnas o como repetido malo de cuento. Sin embargo, lo que más recela en mí, cada vez que me topo con alguno de los mentados casos, es la ineptitud con la que se tratan. Porque, como si de plagas en nuestra pequeña huerta se trataran, a nosotros, como analfabetos agricultores del Medievo, tan sólo nos corresponde erradicarlas para salvar la posible cosecha. Es entonces cuando los contemporáneos horticultores, se llevan las manos a la cabeza ante la falta de previsión y se invoca a la piedra fatídica del ser humano.

Vivimos en una economía, por siempre mentirosa, del mañana. En la que no pagamos con nuestro trabajo diario el sustento, sino que hipotecamos todo nuestro futuro para vivir una gran mentira de lujos redundantes que nos hagan entrar en la vorágine del consumismo de la que tan difícil es salir. La tarjeta de crédito te permite caprichos impensables con el sueldo mensual. Los préstamos bancarios te ayudan a tener un hogar, comprado a un precio superior. Y los micropréstamos, ¡ay los micropréstamos! Ésos sí que te ayudan a vivir bien de la nada. Cualquier compra es posible, siempre habrá financiación. El problema vendrá cuando nos paremos a pensar que, si ya hemos gastado el dinero que haremos hasta la vejez, ¿de qué viviremos en el futuro más cercano? Aunque bien pensado, da igual, todo el mundo estará en el mismo caso, ya sabéis, mal de muchos...

En la gran comunidad de la globalización en la que vivimos, ocurrió una muy buena historia con uno de nuestros vecinos, y es que se hizo con la casa más tradicional e histórica de todo occidente. A pesar del cartel, no es oro todo lo que reluce. Una vez hecha la mudanza y saludado a los demás propietarios, nuestro análogo salió a hacer la primera compra semanal, así que visitó la panadería. Pero cuál fue su sorpresa cuando al señalarle el bollo de pan que más le apetecía al entrañable panadero, éste, le dijo que, para atenderlo, primero pagase todo lo que debía. Muy airado abandonó el local y se dirigió al resto de comercios donde la ventura, por desgracia, no fue distinta: se le imponía el adeudo de los anteriores propietarios. Sin embargo ahí no acabó todo, sino que comenzó a recibir las visitas, del presidente de la comunidad, del tesorero, de las mujeres de los vecinos... Todos ellos alegaban lo mismo: que ése era un edificio de alta categoría y que no iban a permitir impresentables que manchasen su nombre. Pues esta es la historia de, nuestro por unos días vecino, Alexis Tsiripas, que pintadas en la puerta, corralitos y más de un deseo de salida del cuento, fue ayudado a tomar la decisión de alejarse de la mejor comunidad de vecinos del mundo: la Unión Europea.

Nosotros también formamos parte de esa comunidad, y como los demás, echamos al vecino molesto. Pero no aprendemos. Todo este horizonte de sucesos es extrapolable a nuestro poder político, aún con la silla vacía y las rencillas abiertas, ya se hablaba de carteras y ministerios. Apenas se había recogido la leche y ya se habían vendido los pasteles. Somos un país de incapacitados cazadores a la espera de oportunidades millonarias que nos saquen de estas penurias. Creo que no se nos puede olvidar que hicimos ya un gran negocio, vendiendo grandes montones de pieles a los norteños, lo malo, será cuando bajen por ellas, nuestros acreedores, y descubran, que en España, hace tiempo que los osos se fueron.