Arrancadas de burriciego

31 may 2018 / 08:48 H.

Hace ya casi un siglo que un toro de la viuda de Ortega acabó con la vida del más grande de los toreros, conocido por todos como Joselito El Gallo. Todos los dieciséis de mayo, en las plazas que hay toros, desde aquel año de 1920, se guarda un respetuoso minuto de silencio al terminar el paseíllo. El toro que lo mató era más bien chico y un pelín bronco y descompuesto. Dicen que Bailaor era además burriciego, que es como se suele llamar a los toros que ven el bulto de lejos pero no lo ven de cerca. En un momento dado el maestro cogió distancia y Bailaor se arrancó de largo. Cuando quiso cambiarle el viaje con la muleta, ya era tarde. Bailaor venía derecho al bulto ya desde su arrancada y sin fijarse en otra cosa. Incluso a los buenos toreros se le pueden escapar detalles, y en este caso, al más grande de todos, le costó la vida. Y es que en este mundo nadie está a salvo de nada y por muy creídos y seguros que estemos siempre hay algo que descuidamos. Como diría el Guerra, “nadie somos perfectos”. La cogida llega cuando menos te lo esperas, sobre todo si pisas terrenos inadecuados o te saltas las normas de la lidia. Eso sí, lo que nunca se debe hacer es echarle la culpa al toro. La culpa es siempre del torero. Y el gallego que legítimamente manda en la plaza española está cogido y de gravedad. Debió dimitir cuando los mensajes al tesorero y reconocer entonces, con valor y con nobleza, lo que ahora tendrá que asumir con dolor y con vergüenza. Porque con la cuadrilla entrando y saliendo de los juzgados es imposible llevar a cabo la lidia por muy necesaria que la vea y por muy bien pensada que la tenga.

Querer mantenerse en el ruedo en estas condiciones no es más que alargar la agonía política de sus seguidores y la suya propia. Máxime cuando al gobierno de la nación se le cargan todos los males. Como si con sólo cambiarlo se pudiesen solucionar. Los fallos siempre los vemos lejos. Eso viene de Madrid, se suele decir. Cosa que sirve, si no de tapadera, sí de orejeras que evitan mirar y ver lo bien distribuida que tenemos la ineficiencia que contamina nuestras instituciones más cercanas. ¿Por la falta de decoro de algunos?, sí, pero sobre todo por la relajación o la complicidad de muchos. La peor de las corrupciones es la de la connivencia entre oponentes para taparse las vergüenzas.

Hemos tocado fondo y aquí no cabe otra salida que la regeneración en el ejercicio de la política mediante un gran pacto moral que implique el saneamiento de las estructuras de los viejos partidos —reconociendo los errores cometidos— y las medidas de prevención y control de los que vienen arreando. La arrancada burriciega de Pedro Sánchez, con la que le está cayendo en Andalucía, está llamada al fracaso, por ser otro ejemplo claro de hipermetropía política. La corrupción puede sonar lejana, pero la tenemos más cerca de lo que pensamos. Nosotros mismos hemos mantenido en su puesto a muchos de sus protagonistas. Sin olvidar el poder de convicción de ese otro poderoso caballero al que cantaba Quevedo. Y no seamos ingenuos, que el poder cambia de ideología, pero no es fácil que cambie de manos. Y eso hasta el “coleta” anticapitalista lo sabe perfectamente. No tiene nada más que mirar a la barrera del diez donde se fuma los puros el que le ha concedido el préstamo de su chalet. Otro que no ve bien de cerca.