Aplanar la ciudad de Jaén

02 dic 2016 / 12:35 H.

En Jaén corre uno el peligro de dejarse llevar por una deriva sentimental de carácter alpinista. Algo así como la saudade portuguesa, pero con tonos verde olivo y perfil agreste. Que nadie entienda esto mal: no es diferente a lo que sucede en cualquier otra ciudad del mundo. Que se lo digan al Oliveira de Rayuela con París, quien seguro que sudó la gota gorda tras la Maga Montmartre arriba. El problema aquí es más bien de perfil geográfico y cardiovascular. Lo primero, por lo irregular de sus calles (no hay más que mirar la cara de los pobres extranjeros que vagan por ellas); lo segundo, porque hace falta un corazón fuerte para superarlas. Porque uno es muy feliz contemplando el horizonte urbano y enamorándose de la catedral desde la segura distancia de la cruz del cerro de Santa Catalina. Con la ligereza espiritual que proporciona la cuesta abajo, es sencillo dejarse caer por las faldas del castillo y regalarle las flores más frescas del mundo. Arena de otro costal es verse en el Bulevar y que se te meta en la cabeza levantárselas (las faldas, se entiende) a la catedral. Porque ¿quién no se ha enamorado alguna vez de esa maga tan hermosa y altiva?) Para superar Jaén, para que el corazón se rehaga, es necesario aplanar la ciudad. Del todo.