Andalucismo por un día

02 mar 2019 / 10:14 H.

La celebración del Día Andalucía siempre es un puente festivo, soleado como una condena, en el que hay que hacer fiesta casi por imperativo legal de Blas Infante. Llegar, tocar el mar y volverse. Así la celebración plana queda como antesala en los colegios, en las administraciones para completar la agenda y salir a la carrera, las reivindicaciones relegadas en cuatro mensajes furtivos en redes, un par de cañas comentando el discurso de mengano y zetana en Sevilla y, si acaso, compartir el vídeo de Pastora Soler. Protocolo de andalucismo por un día. Como si ufanos de vivir en nuestro particular edén pospusiéramos el debate, la confrontación para después, un día que amanezca nublado. Como las parejas que huyen de la discusión, no encontramos tiempo para reivindicarnos como sociedad y claro eso tiene un coste, un peaje que pagamos con el crédito de los que se van. La manzana está ahí pero nos da miedo morderla. La blanca y verde solo en fiestas de guardar, como si no hiciera falta que se ensuciara con el roce cada día en sus reivindicaciones históricas. Pero no es problema político, es que falta cuajo social para darle más importancia a lo que somos como pueblo y rendir tributo a quienes marcan el camino. Al laureado médico e investigador tosiriano López Barneo habría que pedirle un estudio sobre la degeneración de nuestra célula reivindicativa. Pecamos de hedonismo complaciente y luego, claro, de bandos, de trincheras que nos gustan más que comer con los dedos. La Andalucía de interior, ese otro pueblo fuera del tipismo, toca a las puertas de la autonomía para preguntar, de nuevo, cuándo le toca. Se disfraza carnavalera de siglo XXI para cambiar la foto fija de aquella emigración que no cesa. Anda mosqueada por agravios viejos y cada vez está más perdida ideológicamente. Faltan infraestructuras de calado para conectarse a la modernidad sin perder la esencia de unos modos de vida que se diluyen por falta de relevo generacional.

Enarbolar esta bandera, ahora que todos hemos interiorizado que lo virtual y lejano es más importante que el socavón moral que nos rodea, es imposible. Sostuvo el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Moreno Bonilla que no se puede patrimonializar el día de la comunidad: “Nuestra bandera es la bandera de todos”. En clara alusión a un socialismo que considera se apropió de todos los símbolos. Pero una cosa es cómo se mimetizó el PSOE durante décadas en el organigrama de la administración y otra cosa distinta es que el ideario andalucista esté en el cuarto trastero acumulando polvo y bajo llave. De ahí a encontrarlo en unos días en Wallapop como mercancía de segunda mano queda un suspiro. Los grandes partidos soslayaron, hace tiempo, un discurso propio, fuerte y sostenido que les diera sentido a su apellido político, a su apéndice acrónimo, a aquello de “Andaluz”. La obligada obediencia a la estructura, los deseos de trascender fuera, más allá de Despeñaperros, como si no hubiera tajo suficiente aquí con el que hacer historia, impiden certeros golpes en la mesa.

En una intervención muy lograda, el alcalde de Jaén, Javier Márquez, explicó en la convención pepera la falta de alma de eso del “marketing” político: “Yo no tengo caballo, no sé montarlo, no soy guapo, no me ligo a cantantes, ni voy de semental por la vida. Parece que vamos a una política de modelos y quiero reivindicar una política de feos como yo, porque a veces el marketing nos nubla la mente”. También nubla, y mucho, la rigidez de unos partidos monolíticos que se mueven según los temas candentes del CIS, con sus vaivenes y sus guerras fratricidas. El andalucismo histórico fue una pieza que primero se cobró el PSOE y luego fue incapaz de remontar con un discurso que calara en un electorado deslumbrado por la “magia” del tándem González y Guerra. Hoy que Vox se plantea eliminar la celebración del Día de Andalucía y las autonomías, por supuesto, cabe preguntarse qué hubiera sido de esta tierra con un partido andalucista fuerte, corrector del discurso de los grandes partidos.