Al norte de Castilla

07 abr 2016 / 17:00 H.

Aprovechar la reciente Semana Santa para perderse por la vetusta Castilla no parece mal plan, sobre todo si la intermitencia de nuestras visitas es excesiva o directamente aparece en nuestra columna del deber viajero. El norte de Castilla forma un imponente espacio geográfico donde la vista se pierde en horizontes inabordables salpicada de pueblos y ciudades que apabullan con su legado. La primera ruta genuinamente europea transcurre por estas tierras, salpicando el Camino de Santiago de paradas donde el románico y el gótico forman parte de un discurso coherente en la historia de Occidente. Ciudades como Ávila, Palencia o León muestran una quieta serenidad que contrasta con el bullicio del sur. Parecen diseñadas para ser vivibles y abarcables, donde la limpieza, el reposo y la funcionalidad dialogan sin estridencias en un espacio en el que la historia rezuma por cada poro y el peatón es el protagonista, “tan solo” hostigado por un clima severo que insiste en recordarnos tanto la lejanía al mar como la norteña latitud. Clima que recibe su merecida réplica en los fogones castellanos, donde la contundencia y el sabor vertebran una congruencia gastronómica que exhibe músculo en sus carnes y vinos haciendo de la hora de la pitanza el momento predilecto de todo viajero. El castellano es palco en palabras y austero en el trato. Una primera impresión pudiera retraer al confiado andaluz pero, tan solo necesita un mínimo de continuidad en el regate corto para intuir un espíritu generoso y acogedor, algo que no nos resulta ajeno a los jiennenses, tan acostumbrados al medio camino entre la teatralidad andaluza y la sobriedad castellana. Sobriedad que se materializa constantemente en las piedras de la vieja Castilla y que nos hablan de un pasado donde la religiosidad y el temor eran aliados del poder, pero también donde la nobleza de carácter y la voluntad de consumar grandes gestas escribieron algunos de los episodios más importantes de nuestra común historia.