Al borde de la ciénaga

22 sep 2017 / 11:15 H.

En las viejas películas de aventuras siempre había un personaje que se adentraba en terreno pantanoso y no podía librarse de las arenas movedizas que le absorbían hacia el averno. En el último instante, el fornido protagonista aparecía y le salvaba. Los chavales aplaudíamos entonces enfervorecidos. Hoy, la televisión nos muestra aventuras de similar calado. Solo nos queda asignar a los personajes actuales sus papeles de antaño. ¿Quién ha perdido el norte y deambula al borde de la ciénaga? ¿Quién salvará la situación? Aquí ya tenemos serios problemas de casting.

Hay que volver a repasar el guion. ¿Cómo hemos llegado a este punto de la película? Ahora es inútil mirar atrás y señalar culpables. Desde Pujol a Mas y de este a Puigdemont la deriva ha ido en aumento progresiva y exponencialmente. No podemos dejar de lado los gobiernos “de Madrid” que miraron hacia otro lado en su momento e incluso, si se quiere, al actual.

Imposible además obviar la demencial actuación del “govern” —apoyado en la CUP— saltándose a la torera la legalidad española y el estatuto catalán; apropiándose de la ciudadanía como si todos los catalanes estuvieran en su órbita; ejerciendo hasta el grado sumo la irresponsabilidad de alentar a inundar las calles sabiendo lo que eso puede provocar en un momento como el actual y, en un giro grotesco, acusar al Estado de subvertir la legalidad cuando, obligados por su tozudez, se ha visto obligado a tomar las medidas que eviten la insensata y quimérica aspiración de una independencia imposible de alcanzar con las condiciones en que se ha planteado.

Tampoco podemos rehuir el apoyo del “quiero pero no puedo ni me atrevo” de personajes como la alcaldesa Colau que, incidiendo de nuevo en la irresponsabilidad incendiaria, alienta también a los ciudadanos a ocupar las calles a pesar de su supuesta no participación en el procés. Hablar de los dislates de cierto partido que solo vive de mociones callejeras ni siquiera merece la pena.

Miremos por donde miremos es claro y meridiano que la sociedad catalana en su conjunto no merece este trato de quienes enarbolan banderas, algaradas, ataques a la Guardia Civil y sentadas obstaculizadoras ni tampoco que exista la sospecha creciente de que sus mossos no se implican todo lo necesario en parar a quienes ignoran la legalidad para desgajar España. No merecemos que todo se haya enfangado hasta el punto de hundir la sensatez en la ciénaga. La arena movediza necesita que alguien, dialogante y prudente, inunde la pantalla. Un referéndum debe tener garantías y más aún si su fin es proclamar la independencia. Esa consulta no puede estar basada en falsedades, inexactitudes y medias verdades. ¿De verdad cree alguien que la República Catalana sería Shangri-La? ¿Aceptaría Europa su desgajamiento de España? ¿Puede afirmarse sin sonrojo que sus actuaciones se basan en el derecho internacional? ¿No es acaso más cierto que Cataluña tiene unas cotas de autogobierno altísimas prácticamente sin parangón en ningún otro estado europeo? ¿Pueden sentirse oprimidos por el Estado? ¿Respetan la cooficialidad del castellano? ¿Son las escuelas catalanas un semillero de independentistas? ¿Es aceptable que se manipule la historia española para hablar de “reyes catalanes” en los libros de texto?

Que habrá que dialogar es algo imposible de soslayar pero no ante quienes solo demuestran desobediencia, demagogia, mentiras y soberbio desprecio por la más mínima norma de convivencia y respeto que nos hace compartir un espacio y un futuro común. Para ello es necesaria una unidad de las fuerzas constitucionalistas. No es de recibo anteponer en estos momentos intereses partidistas ni mucho menos, oportunistas. Lo que nos otorgamos en el 78 no puede desaparecer en aras de fantasías más o menos autoritarias apoyadas por grupos minoritarios. Nada ni nadie está por encima de la ley. El tiempo corre en contra. Apenas nos queda. El barro está a escasos centímetros de asfixiarnos si no lo detenemos o salimos de la ciénaga. De nosotros depende.