Abiertos en canal

22 abr 2017 / 11:32 H.

El agua de Madrid tenía buena fama. No por el río Manzanares en sí, que siempre discurría turbio y aquejado de sobredosis de ciudad, sino por la sierra que purifica todo lo malo de abajo. El Canal de Isabel II era una joya de la corona pública hasta que se convirtió en un coto privado de pesca, la falta de alternancia política propició que parte del agua se estancara y los gestores lanzaran el anzuelo a sabiendas de que siempre se llevarían algo al cesto. El desfalco que ahora investiga la UCO escenifica cómo los secuaces al mando de Ignacio González realizaban sus particulares almadrabas y cogían millones de euros como si de atunes se tratara. Sí, claro, una escena muy goyesca. Solo de la compra de una empresa brasileña se llevaron una jugosa ventresca de 25 millones de euros. Y a uno le cabe la duda de si las lágrimas de cocodrilo de doña Esperanza Aguirre son por el “angelico” caído o por la impotencia de no haber participado de tan suculento ágape, descartado, claro está, al no haber dimitido, que sean por la impotencia de no saber que le había salido otro rana. Al bueno de Mariano Rajoy, sin embargo, estas corrientes de agua nunca lo arrastran del todo. Será el primer presidente del Gobierno en ejercicio que tenga que acudir a declarar como testigo ante un tribunal de justicia por la trama del Gürtel. Pero él es un superviviente, un “nautilus”, un fósil viviente de otra época que sobrevive mientras alrededor ejemplares, a priori, mejor dotados caen como chinches. Pasará también este enésimo mal trago, nos hará creer que él no se enteraba de nada, que Génova es muy grande y que él estaba en la azotea.

El principio de autoridad tiene esos efectos secundarios. Sucumbimos a su poder y además nos resulta fácil escudar nuestra culpabilidad en el mando superior, quien nos ordenó la acción. El concepto “somos muy bien mandados” tiene su equiparación sociológica en el término “obediencia debida”. Stanley Milgram demostró en una investigación cómo somos capaces de pulsar el botoncito para dar descargas eléctricas a un igual solo porque alguien nos lo manda. Incrementamos la “dosis”, a pesar de los alaridos, aunque nos sudan las manos y buscamos la clemencia del ordenante, seguimos apretando. Si eso ocurría ante errores al encadenar un par de palabras en un estudio de la Universidad, que no seríamos capaces de hacer en un contexto más tenso, por ejemplo, la Alemania nazi. La Historia demuestra que a poco que nos aprieten delatamos fácil, y si nos ponen en la tesitura de ir en contra de nuestra conciencia tenemos el comodín de descargarnos de culpabilidad y decir que nos lo ordenaron. Así dormimos mejor y la vida se hace más llevadera. En un partido político, la jerarquía también es fundamental y con ella la autoridad que implica. En el PP jiennense, la vía de agua llegó antes de que las incompatibilidades de cargos fueran sagradas escrituras. El liderazgo en sí no se discutió al principio, pero el PP de los pueblos se sintió figura de atrezo, ninguneado por la cohorte de Fernández de Moya. Sus votos eran necesarios, pero su voz se diluía en un aparato capitalino que no valoró en su justa medida el lamento de los compañeros. Esta semana, como en un juego de mesa, se presentaron los avales escondidos. Cada uno guardaba las cartas hasta el último momento para ver qué hacía el contrario. A Juan Diego Requena le cabe la victoria moral de haber presentado más avales que la candidatura “patuquil” de Miguel Moreno. Una vez superados los 90 necesarios, el resto era una parafernalia para dar la necesaria sensación de fortaleza. Ahora se avecina una campaña bronca, a tenor de las declaraciones de Requena sobre la deslealtad del alcalde de Porcuna, al que, no obstante, deberá estar siempre agradecido de haber comenzado la partida y de rebote que entrara él. Las subidas de tono y variados enfrentamientos harían imposible ya una candidatura de consenso. Pero este es el juego de la política, solo para iniciados.