A toro pasado

27 jul 2017 / 11:00 H.

Es difícil entender que personas que tienen resuelto con creces no sólo su futuro sino el de cinco generaciones, hayan seguido enriqueciéndose durante la crisis financiera gestionando entidades que sabían que iban mal o que ellos mismos han hecho que vayan mal. Pero así ha pasado y sigue pasando, entre otras cosas porque los controles siguen fallando. Ahí tenemos ahora el caso del Banco Popular. A la mayoría de los ilustres directivos de la banca la crisis no es que les haya afectado más o menos, sino que han ido incrementando con total impunidad sus privilegios y sus ganancias. Si alguien pensó que se iban a asustar se equivocó. Se han subido los sueldos. Y si alguien creyó que la crisis iba a suponer mejoras en los controles del sistema para evitar que suceda de nuevo, pues también se equivocó, porque en lugar de aprender de los errores que llevaron al mundo a la mayor crisis financiera en décadas, seguimos inflando corporaciones bancarias. Y es que también en esto la historia se repite. Los bancos volverán a dar créditos con alegría, los españoles picaremos contentos el anzuelo endeudándonos hasta las orejas y cuando llegue una nueva crisis financiera mundial y millones de personas se vean desamparadas, los grandes bancos serán rescatados ante el riesgo “sistémico” que representan para la economía. Un riesgo que en España no ha terminado de crecer, —más que la media europea, según los expertos—, al haber permitido que el sector financiero adquiera una influencia determinante no ya en la economía, sino especialmente en la política. Menos mal que más tarde o más temprano los tribunales acaban poniendo a la gente en su sitio, porque si no sería muy difícil que una sociedad aguantara como está aguantando tanto descaro. Dentro de esta maraña de procesos judiciales, con la feria mediática que lleva todo este lío, nuestro paisano Blesa va y se pega un tiro. Debe ser duro aguantar la presión social que centralizaba en su persona la indignación de miles y miles de afectados por sus decisiones propias o compartidas. Sea como sea, el suicidio no va a borrar lo malo que haya hecho. Ni tampoco lo bueno, porque algo bueno habrá hecho este señor. Conozco familiares suyos a los que doy mi pésame sincero. No seré yo el que defienda su gestión, pero tampoco me enseñaron a alegrarme ni a hacer burla de la muerte de ningún ser humano. Tuve contacto con él por carta con motivo de la primera exposición sobre la revista de humor La Codorniz que el amigo Garreta organizó en Beas de Segura. Y nos ayudó. Y supongo que favores de tipo personal haría unos pocos más de lo que pudiera parecer a la vista de su funeral. Le podemos colocar ahora, a toro pasado, todas las banderillas negras que queramos, pero deberíamos ser prudentes a la hora de hacer leña del árbol caído, especialmente aquellos que lo plantaron, lo regaron y recolectaron sus frutos en cada una de sus campañas. No vendría mal que se animase la práctica del suicidio político, pero eso sí, incruento y en su forma más elemental, la dimisión. A mi estos temas financieros siempre me traen a la memoria a una conocida abuela orcereña y su conversación con el nieto venido de la ciudad, hijo de su única hija, en la que este le contaba el mucho dinero que tenía su padre: “Abuela, es que mi papá tiene muchas acciones”. “¿Ah si?. ¿Pero buenas o malas?”.